El 2 de abril de 1977, una joven secuestrada por la dictadura militar argentina, que menos de un mes antes había cumplido 21 años, tuvo una hija en el Hospital de Quilmes. La joven fue asesinada algo más de una veintena de días después. Su hija nunca fue encontrada. Sin embargo, la historia estuvo rodeada de un manto de ocultamiento e intriga.

Ayudemos a identificarlos...

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lunes, 22 de junio de 2009

Capítulo 8 - Rosita, ¿dónde estás?

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
Cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste
cuantos lugares se han tornado vanosy sin sentido
iguales a las luces en el día
tardes que fueron nicho de tu imagen
músicas en que siempre me aguardabas
palabras de aquel tiempo.
Yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que brilla como un sol terrible
que brilla definitiva y despiadadamente?

Jorge Luis Borges, Ausencia




Tantas veces me borraron,
tantas desaparecí;
a mi propio entierro fui
sola y llorando;
hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la única vez,
y seguí cantando.

María Elena Walsh, La Cigarra


Capítulo 8
¿Rosita, dónde estás?


Una madre con las madres
Los rumores arreciaban, las versiones eran lanzadas al ruedo sin que nadie supiera de dónde provenían, y sin saber por qué eran repetidas. Se mencionaba la posibilidad de que los detenidos fueran liberados para las fiestas. ¿Qué fiestas? ¿De qué año? No importaba, la premisa tácita era mantener la esperanza.
Pero enseguida se colaban otros comentarios. ¿Escuchados dónde? Quién podría saberlo en ese momento, y más todavía recordarlo con el andar de los años. Stella Azar le diría a su amiga Alicia que escuchó que a Silvia y a Camila las habían fusilado.
El Mundial. En 1977 faltaba un año, pero era una excusa para no perder del todo la fe en que podía ser otra oportunidad propicia para que los presos políticos recuperaran la libertad.
Era imposible no aferrarse a cualquier sospecha, cualquier comentario o versión por infundado o inverosímil que resultara, porque sino quedaba la nada, el vacío enorme y oscuro que dejaba la ausencia. Y sin embrago, no se podía bajar los brazos. No era cuestión de quedarse en la casa esperando. Había que pedir, y Concepción pidió.
La mujer se sumó a las reuniones de las Madres de Plaza de Mayo, que con otro nombre entonces, habían comenzado a encontrarse desde diciembre de 1976. Ella buscaba a su hija Silvia, y buscaba también a su nieta, a Rosita. Y por eso tampoco abandonó las visitas al Hospital de Quilmes, que realizaba con la frecuencia que la repetida carencia de noticias con la que salía del lugar y emocionalmente quebrada le permitía.
Algo había cambiado en esa mujer más bien baja y entrada en carnes, amiga de todo el mundo. Sus ojos marrónverdosos ya no eran los de antes, los de años antes, y habían perdido el brillo merced a un manto de tristeza que se había tendido en ellos.
El horror y la incertidumbre, el dolor y la angustia fueron carcomiéndola por dentro, a pesar de la coraza con que intentaba disimular la pena enorme que por momentos no sabía cómo manejar, y en la que Alberto no lograba contenerla por completo.
Concepción optó, como muchas otras mujeres en su situación por el consejo de mentalistas, primero, y cedió después espacio para que evangelistas pusieran paños fríos sobre un dolor en el que el catolicismo al que le había dedicado toda su devoción durante años no parecía tener respuestas.
“Su hija y su nieta están con Dios”, fue la frase de consuelo, y la mujer la fue comprando a medida que las esperanzas se gastaban en cada nueva gestión. Y claro, las fiestas habían pasado en 1977, y en 1978, y también el Mundial, y nada había cambiado.
Una hermana de Concepción aportó la casa para que ella y Alberto fueran a pasar unos días a Chapadmalal en 1979. El mar llenó de entusiasmo a la mujer, le daba la sensación de paz, de sosiego que su alma no conseguía encontrar, y entonces el matrimonio Isabella Valenzi se decidió a mudarse.
Alquilaron una casa en Miramar, en la que permanecerían tres años, hasta que Concepción comprobara que nada el mundo podría llenar el lugar que la ausencia de Silvia y de su nieta, que entonces tendría ya 5 años podía llenar, y entonces, en 1982, se trasladó con Alberto a Mar del Plata.
Pero las cosas no estaban bien en la pareja, y las discusiones eran cada vez más frecuentes. La religión se apoderaba cada vez más de las ideas de Concepción, y como una telaraña la iba enredando, hasta que finalmente decidió separarse de su esposo.
Consiguió asilo en la casa del pastor de la iglesia a la que asistía, y absorbida como estaba, en septiembre de ese mismo año ni siquiera visitó a su hija Rosa y sus nietas Roxana y Analía cuando el 28 de septiembre de 1982 quedaron viuda y huérfanas. Sólo Alberto viajó a La Plata.
Domingo viajó entonces a ver a su madre, logró que convencer a Concepción de que acompañara a Rosa por un tiempo, y luego de que volviera con Alberto. No sería por más de un año, al cabo del cual regresó definitivamente a La Plata.

Camino a la derrota
Más fuerza, incluso, que en los meses precedentes adquirió la ofensiva militar contra la subversión en particular, y contra todo intento de manifestación popular en general en la segunda mitad de 1977. La Junta se proponía hacer realidad su promesa de llega a una “Navidad en Paz”, y suprimir la amenaza guerrillera de escena por completo con tiempo suficiente para la tranquila organización del Mundial de fútbol de junio de 1978.
A finales de 1977 los guerrilleros estimaron que el número de sus efectivos equivalía al 40 por ciento de los de 1975, habiéndose recuperado de un mínimo del 20 por ciento al que habían bajado. Y fue para esa misma época que casi la totalidad de los Montoneros que permanecían en libertad salieron del país.
Luis López Mateos, luego de cambiar de destino en algunas ocasiones, también cruzó la frontera. En su caso, a Brasil, a diferencia del grueso de los miembros de la organización que habían recalado en Europa o en Cuba.
En el exterior, los Montoneros encararon dos frentes de acción: una fuerte campaña propagandística en contra de la dictadura argentina, y una búsqueda de apoyo de distintos organismos de derechos humanos, la Iglesia Católica, y el movimiento obrero mundial, entre otros frentes. El dinero que aún tenían en su poder, producto de la operación Born, les garantizaba la posibilidad de emprender acciones sin estar limitados por problemas de tesorería. Aunque parte de los 60 millones se perdieron, presuntamente, en el accidente de avión sufrido por el banquero David Graiver en agosto de 1976, y a cuyo cuidado habrían estado unos 17 millones de dólares.
Pero en 1978, y con la perspectiva de una enorme presencia mundial en el país con motivo del Campeonato de Fútbol, las acciones de Montoneros estuvieron orientadas a difundir lo que ocurría en el país. En ese marco, se ofrecieron conferencias de prensa clandestinas en Buenos Aires, y varios de los exiliados retornaron para realizar múltiples actividades.
Luis también regresó a Buenos Aires, pero no imaginó al hacerlo que su vida pendería apenas de un gesto.
En una de tareas que se le había asignado, debía encontrarse con un compañero en la Puerta 14 del Estadio de River Plate. Mientras caminaba hacia la cita vio pasar un Falcon verde, con el contacto en su interior, detenido por las fuerzas de seguridad. Abrió la cartera de mano que llevaba y se preparó para sacar el arma y la granada ante la eventualidad de que el otro lo señalara. Eso no ocurrió, aunque desde la vereda por donde caminaba y el auto donde el otro era llevado a “marcar” ambos se reconocieron.

Rosa toma la posta
En 1979, Rosa Isabella Valenzi decidió que era el momento en que tenía tomar parte activamente en la búsqueda de su hermana Silvia y de su sobrina Rosita. Concepción comenzaba a flaquear ante la ausencia siquiera de una esperanza.
Hasta ese momento eran pocos los datos que se habían conseguido. Sabían de una mujer, de apellido Lefteroff, que había compartido cautiverio con una chica que sin duda era Silvia. Estaba la descripción física, pero también la anécdota del choque en el Citroën de Mingo como para corroborarlo.
A María Kubik Markoff de Lefteroff, Concepción la conoció en una reunión con el Obispo de Quilmes, Jorge Novak, a quien fue a ver junto a Isabel Chorobik de Mariani, que también buscaba a su nieta Clara Anahí.
En ese mismo año también surgió la posibilidad de que un abogado ayudara a localizar a Silvia, después de que una vecina de Villa Argüello, el primer lugar donde habían vivido los Isabella Valenzi en La Plata, le contara a Concepción que a su hijo lo habían detenido pero había sido liberado por la intermediación de un letrado.
La mujer no lo dudó. Contrató al abogado y abonó cada uno de los pagos que éste le pedía, a cambio de informaciones poco claras, imprecisas, y promesas de novedades que se iban aplazando unas a otras. Pasarían varios meses hasta que se terminara la fantochada y la desesperada se diera cuenta que había perdido mucho dinero a cambio de nada. Después sabría que el hijo de la vecina era, en realidad, militante de la derechista agrupación CNU.
Fue en ese mismo año de 1979 en el que Rosa se unió a las que luego serían las Abuelas de Plaza de Mayo. El lazo más fuerte lo estrechó con Chicha Mariani, y no lo desharía en las décadas sucesivas.
Con el retorno de la democracia y la conformación de la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas, Rosa radicó la denuncia sobre la desaparición de Silvia, abriendo el expediente Nº 3741.
Por esos mismos días, Luis López Mateos hizo lo mismo, pero fueron tres en su caso: los números 3951, 3952, por su madre Isabel Nelly Mateos de López, y su hermana, Elsa Noemí López Mateos. El Nº 3953 correspondió a su hermano Carlos, del que dijo, había sido secuestrado en el parque Saavedra de La Plata. No tenía entonces la certeza de qué era lo que había pasado, pero prefería creer que se había tratado de un secuestro antes que de un homicidio.
Apenas un tiempo después, de regreso al barrio de la infancia, un conocido de la familia que había visto criarse a los chicos, y del que Luis se enteraría que era fotógrafo de la Policía Bonaerense le dio la confirmación del asesinato en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad.

La Contraofensiva
Alentados por el clima de efervescencia que se vivía en el ámbito sindical dentro de algunas de las principales fábricas de la zona norte del Gran Buenos Aires, y llenos de un espíritu triunfalista, los Montoneros organizaron desde su exilio europeo el regreso a la Argentina, en una operación que dieron en llamar “La Contraofensiva”.
“La Contraofensiva fue un desastre desde el comienzo hasta el final, una exhibición más de militarismo, pese a las afirmaciones guerrilleras de que lo que se preparaba era una contraofensiva popular. Animados por el aumento de las huelgas en 1978 y por la manifestación de cinco mil personas el día del cuarto aniversario de la muerte de Perón, los Montoneros intentaron su prometido ‘desembarco de Normandía’. Según su análisis de la situación había en aquel momento una posibilidad real de que los trabajadores se apoderaran de la calle, de que recuperasen los derechos sindicales, de que se derribara a Martínez de Hoz, y de que se dividieran las Fuerzas Armadas, obligando a estas a una desbandada”.1
La clase obrera no estaba preparada para unirse entonces, y menos aún para sumarse al proyecto Montonero que mostró signos claros de un militarismo persistente. Un cuarto de los reingresados al país se reagruparon como miembros de las Tropas Especiales de Infantería (TEI), las tres cuartas partes restantes lo hicieron como Tropas Especiales de Agitación (TEA).
Luis llegó junto a su pareja, María Antonia Berger, sobreviviente de la Masacre de Trelew, para integrarse a las TEA. Juntos fueron a ver al obispo de Morón, Justo Laguna, para pedirle su intervención frente a lo que era una verdadera avanzada militar sobre los obreros en conflicto.
Pero la Contraofensiva había sido conocida por los servicios de inteligencia y se convirtió en una verdadera masacre. Un número nunca precisado de militantes fue abatido en distintos episodios, y las cifras oficiosas fueron estimadas en al menos medio centenar.
En una “pinza” del Ejército en Morón caería, después de tirotearse, la pareja de Luis López Mateos, quien tras salir del país se trasladaría a Italia hasta que retornara la democracia a la Argentina.
El error de la Contraofensiva, que había sido aprobada, sin embargo, en forma mayoritaria por los miembros de la organización en el exilio, determinó el principio del fin de Montoneros. Al grupo que se había escindido a comienzos del ’79 rechazando el retorno a la Argentina se sumó en 1980 el alejamiento del autodenominado Montoneros 17 de Octubre (M-17).

El retorno a la democracia
Cuando en 1981 el ministro de Economía de la dictadura Alfredo Martínez de Hoz terminó su quinquenio, contaba con menos admiradores de los que tenía al momento de asumir, en 1976.
Y si bien en su discurso de despedida, en marzo de 1981, sólo lamentó los altos tipos de interés bancario que provocaron varias quiebras empresarias, la realidad mostraba que eran no pocas las variables económicas desalentadoras.
La inflación había sido reducida de los galopantes índices de fines de 1975 y comienzos de 1976, pero era aún entonces del 100 por ciento anual. Durante su período de gestión, además, Martínez de Hoz había triplicado la deuda del Estado, que era al asumir de treinta mil millones de dólares. Y en 1980 el producto bruto per cápita fue menor al de 1974.
El general Roberto Viola sucedió a Jorge Rafael Videla en el poder, y a su vez, fue reemplazado por Leopoldo Fortunato Galtieri apenas un año más tarde.
En 1982, en medio de un creciente descontento popular que se traducía en multitudinarias manifestaciones como la del 30 de marzo, el Gobierno intentó el asalto imposible de las Islas Malvinas. La ocupación duró poco, y la guerra también una vez que llegaron las tropas británicas. Había comenzado la cuenta regresiva para la dictadura.
Poco más de un año después, el 30 de octubre de 1983, Raúl Ricardo Alfonsín se impuso en los comicios presidenciales, y asumió el 10 de diciembre de ese año.
A poco de andar su gestión anuló las leyes de autoamnistía dictadas por los militares antes de devolver el poder a los civiles, creó la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) para recibir denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos cometidos en los siete años precedentes y enjuició a los integrantes de las cúpulas militares.
“La CONADEP registró en su informe numerosas entrevistas con testigos, confeccionó una lista de 340 centros secretos de detención y catalogó como casos no resueltos 8.960 «desapariciones», haciendo constar la advertencia de que la cifra real podría ser superior. En el informe se incluyeron también casos sobre mujeres embarazadas que dieron a luz en centros secretos de detención. A sus bebés se los llevaron y se cree que fueron entregados a matrimonios sin hijos relacionados con las fuerzas armadas o con la policía para que los criaran como propios”.2

Rosita, ¿dónde estás?
Leonor González, la hija de la partera María Luisa Martínez de González, desaparecida el 7 de abril de 1977 de su domicilio en Quilmes se acercó a la sede de Abuelas de Plaza de Mayo, tras el retorno de la democracia. Quería saber si había datos sobre la chiquita de la que su madre le había hablado, de la hija de la detenida a la que la mujer se cruzó en los pasillos, y sobre la que informó a la familia del parto.
Conoció a Rosa, y supo que no, que la nena no había sido encontrada todavía, pese a las gestiones encaradas. Surgió entonces la esperanza a partir de un dato que había recibido el marido de Leonor, y mediante el que le habían dicho que la hija de Silvia podía estar en poder de una enfermera. Pero al cabo de meses e investigaciones, la pista fue desechada, debido a que el acta de nacimiento de la chica tenía fecha anterior al parto de Silvia, y la experiencia había demostrado que los falsos nacimientos anotados por los apropiadores de bebés siempre eran posteriores a la fecha real de los alumbramientos.
De ahí en más, los intentos no se agotarían jamás, y se llevarían a cabo hasta el 2006, cuando Rosa esperara los resultados genéticos de un examen de ADN y tratara por la vía judicial de que se hiciera un estudio a una joven de Berazategui, y otras dos jóvenes más. En medio habían quedado muchas esperanzas que luego naufragaron, pero siempre y más allá de todas las desazones, una sola cosa se mantuvo inconmovible a lo largo del tiempo: el deseo de Rosa de reencontrarse con Rosita, su sobrina.
















1- Soldados de Perón, Richard Gillespie, Editorial Grijalbo, 1998.
2- Argentina, el derecho a saber toda la verdad. Informe de Amnistía Internacional, 1 de julio de 1995.

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