El 2 de abril de 1977, una joven secuestrada por la dictadura militar argentina, que menos de un mes antes había cumplido 21 años, tuvo una hija en el Hospital de Quilmes. La joven fue asesinada algo más de una veintena de días después. Su hija nunca fue encontrada. Sin embargo, la historia estuvo rodeada de un manto de ocultamiento e intriga.

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lunes, 22 de junio de 2009

Capítulo 3 - Resistencia y adolescencia

Capítulo 3
Resistencia y adolescencia



El golpe de Onganía
Casi dos meses después de que Carlos Alberto López Mateos cumpliera 16 años, y tres meses y medio después que Silvia Mabel Isabella Valenzi soplara diez velitas en la torta, un nuevo golpe de Estado sacudió al país.
El general Juan Carlos Onganía desplazó sin necesidad de grandes despliegues de fuerza al radical Arturo Illia de la Casa Rosada, e implantó una violenta dictadura que disolvió el Congreso y las Legislaturas provinciales, prohibió la actividad política, y a poco de estrenada, irrumpió con violencia en las universidades, en un episodio que pasaría a la historia como “La Noche de los Bastones Largos”.
Se dictaron leyes de “seguridad nacional”, se implantó la pena de muerte contra los “subversivos marxistas”, y fueron encarcelados desde militantes de esa corriente ideológica hasta liberales progresistas.
La excusa de los militares había sido, en esa oportunidad, la necesidad de controlar una “inflación galopante” del 6,7 por ciento anual, el desorden desatado por las huelgas y manifestaciones obreras y populares, y “la corrupción e ineficiencia” de la administración desplazada. Sin embargo, el principal fantasma que asustaba a la dictadura era el avance del peronismo y de la izquierda contestataria.
Paradójicamente, el cuartelazo había contado con el beneplácito de una parte de la población, aunque el apoyo más singular provino de Vandor, ya abiertamente enfrentado con Perón.
Los nuevos conductores de los destinos del país traían, además, un modelo de reconversión económica para la Argentina, en asociación con el capital extranjero, mediante el cual la industria básica sería absorbida junto a la de sustitución de importaciones, sepultando al mismo tiempo a la “industria obsoleta”.
“La política económica del equipo de Adalberto Krieguer Vasena puede resumirse así: tratar de que la Argentina, pais de industrialización media, se convirtiera en exportadora de productos industriales mediante la importacion de insumos intermedios de menor costo que los nacionales, facilitando las inversiones extranjeras, centralizando el crédito y suprimiendo las trabas arancelarias a las exportaciones para que la economía funcionase a costos internacionalmente competitivos. Para ello se devaluó el peso y se aplicaron retenciones a los productos tradicionales de exportación, a fin de evitar su encarecimiento en el mercado interno, y poder así mantener el congelamiento de salarios. Pero las únicas industrias en condiciones de exportar eran las pertenecientes al capital extranjero (principalmente norteamericanas) que no impulsaron las exportaciones por no encuadrar dentro de sus intereses”.1

Luis, el bancario
Mientras que la pobreza había templado el carácter de Nelly Mateos y sus hijos, los esmeros con que la mujer sorteaba las dificultades de todos los días con denodado esfuerzo llevaron a que la unión entre los cuatro fuera un vínculo muy férreo.
Las cosas no fueron fáciles sino hasta que Luis se fue a Mar del Plata con una propuesta para jugar al fútbol y la chance de trabajar como empleado bancario, ya que el dueño de la entidad era al mismo tiempo presidente del club Kimberley.
El joven de apenas 20 años logró rápidamente acomodarse para vivir con lo que ganaba como deportista, y entonces decidió enviar puntualmente todos los meses sus haberes de empleado al hogar materno, donde habían quedado la madre y los hermanos.
Ese fue el segundo paso que lograron dar los López Mateos para salir adelante. Aunque claro, todo estuvo a punto de terminar repentinamente cuando los jefes de Luis le advirtieron que no podían tolerar su militancia en el peronismo proscrito bajo la dictadura de Onganía.
La amenaza de abandonar el club si perdía ese otro trabajo se traducía de inmediato en una reprimenda del dueño del banco al gerente de la sucursal, y las cosas volvían a la normalidad por un tiempo, hasta que la escena volvía a repetirse.
El primer paso, en tanto, lo habían dado cuando Oscar Alende se convirtió en gobernador de la provincia de Buenos Aires en la elección que a nivel nacional ganó Arturo Frondizi en 1958.
Un hombre conocido de los López Mateos había sido designado entonces como intendente de La Plata, y Nelly consiguió un puesto como enfermera en el Hospital San Martín. Inquieta como era, la mujer analfabeta que había aprendido a leer y escribir con sus hijos, porque su padre consideró que una mujer no necesitaba escolarizarse, haría después un curso de laboratorista, para avanzar en su carrera.
Finalmente, sería la hija de Nelly, Elsa Noemí, la que sumaría a su turno mayores ingresos al hogar familiar, cuando comenzara a trabajar como maestra en escuelas rurales en El Pato y en Florencio Varela, lugares a los que tenía que trasladarse haciendo "dedo" en la ruta.

Una nueva conciencia política
Las luchas de la resistencia peronista siempre por debajo de la superficie de aguas que parecían aquietarse con la llegada de los sucesivos golpes militares; la añoranza de una prosperidad perdida con el derrocamiento de Perón, que no volvería a darse en los años sucesivos, y la desazón de los sectores más progresistas frente al avance reaccionario sobre sus bastiones de libertad históricos como las universidades y la libertad de prensa, fueron configurando una cada vez más profunda conciencia política en el país.
El orden mundial acompañaba ese cambio, con expresiones similares que iban dándose en los lugares más remotos del globo, y que en el país despertaban la pasión política por el cambio social, que prendía más fuertemente en los universitarios.
En ese marco, durante la dictadura de Onganía muchos comenzaron a ver en el peronismo la expresión de un modelo que privilegiaba a las clases más oprimidas, al mismo tiempo las más fuertemente atacadas por los sucesivos gobiernos desde 1955. No habían vivido el peronismo por sus cortas edades, pero lo saboreaban, lo intuían en el fervor y la fidelidad que expresaba la clase trabajadora.
El sindicalismo estaba, por su parte, dividido. Por un lado, la CGT, de la mano de Vandor, se había tornado cada vez más funcional a la dictadura. Como expresión alternativa, y alentada por Perón, en marzo de 1968 nacería la CGT de los Argentinos, conducida por Raimundo Ongaro, secretario general de la Federación Gráfica Argentina.
La teoría de los focos de insurgencia también fue importada por una generación de jóvenes argentinos. A la experiencia fallida de los Uturuncos, se sumó el desmantelamiento, el 1 de septiembre de 1968, de una nueva tentativa, esta vez en Taco Ralo, un año después de que el 8 de octubre de 1967, Ernesto “Che” Guevara fuera detenido y asesinado en Bolivia, y su avanzada guerrillera completamente desactivada.
La Iglesia no estaba exenta a las nuevas corrientes. El primer paso se había dado a través del Concilio Vaticano II en 1965, que condenaba “la pobreza, la injusticia y la explotación como resultado del afán humano de poder y riqueza” e incitaba a los cristianos a que “lucharan por la igualdad”.
Dos años más tarde, el Papa Paulo VI promulgó la vulgata Populorum Progressio, que atacaba la codicia, la desigualdad, el racismo y el egoísmo de las naciones ricas y no descartaba la violencia en aquellos casos donde “hubiera una tiranía manifiesta y duradera que pudiera perjudicar derechos personales fundamentales y dañar peligrosamente el bien común del país”.
Ese mismo año de 1967, se creó el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, que tendría en el país un rol de suma importancia al impartir una teología radical a una generación de jóvenes. Y si bien condenaba la violencia abierta, promovería involuntariamente que muchos de esos jóvenes se integraran después a agrupaciones revolucionarias.

Las amigas
En 1967, los Isabella Valenzi se mudaron a City Bell con los dos hijos que aún cobijaban bajo su techo: Silvia, de 11 años, y Domingo, de 23. El lugar era una propiedad ubicada dentro del Club del Sindicato de Trabajadores Telefónicos, donde el matrimonio consiguió trabajo como caseros.
La nueva dirección era 493, entre 26 y 27, en pleno corazón de un barrio con apenas una calle pavimentada, donde la gente llevaba un ritmo verdaderamente sereno, y el clima era casi pueblerino. El único sello del ritmo agitado de los tiempos que corrían lo ofrecía el Camino General Belgrano, mientras que hacia el interior, hacia el sur, el dibujo del plano se diluía apenas poco más de una decena de cuadras más allá.
Extrovertida y siempre dispuesta para la amistad como era, Silvia enseguida conoció a sus primeras amigas, que serían, sin embargo, las de toda la vida: Camila Azar, que vivía a media cuadra de su casa y que tenía la misma edad, y Stella, su hermana, tres años menor.
Con Camila trabaría amistad a través de Mónica Biancolini, porque ambas eran compañeras de la escuela. Después se sumarían las demás, así como los chicos: Jorge Balleto y Jorge Lazarte, entre los más allegados. Todos ellos formarían parte de una barra inseparable.
Y si bien todo transcurría en un radio muy pequeño, porque incluso la Escuela Nº 36 “Carlos Spegazzini” a la que asistiría para terminar la primaria también estaba muy cerca de su casa, Silvia conocería el barrio de la mano de Mónica.
Con Camila, la tercera de cuatro hermanos, que había perdido a su papá en un accidente automovilístico dos años antes y vivía en el barrio desde hacía cinco, la amistad se estrecharía más en los años siguientes.
Con Stella Azar el lazo también se afianzaría con el tiempo, y dejaría, incluso, marcas imborrables, al punto de que tres décadas y media después ella recuerde el consejo que Silvia le dio después de un viaje realizado a los 12 años sobre como enjuagar la ropa después de lavarla para que no se arruine.

El Cordobazo
La dictadura de Onganía había logrado algunas mejoras tenues en lo económico. “Hubo un par de años de expansión: en 1967-68 el PBI se incremento en un 6,2 por ciento anual. No obstante, en 1969 el ritmo de crecimiento bajó a 4,1 por ciento. Como resultado de ello comenzaron a aumentar rápidamente los precios internos, mientras los salarios continuaban congelados y crecía el descontento en el campo por la política de retenciones y las restricciones crediticias. A eso se sumó el descontento de gran parte de la burguesía industrial nacional media, que protestaba por la estrechez del mercado interno y el alto costo del dólar para la importación de equipos. El fracaso de la política económica se extendió al plano político y cultural en 1969”.2
Pero el detonante de la furia contenida llegó en mayo de ese año, cuando la Ley Nº 18.204 unificó la duración de la jornada laboral en todo el país, en una avanzada que implicaba para muchos sectores la pérdida de beneficios adquiridos. Dos sindicatos cordobeses anunciaron una huelga por tiempo indeterminado y se encendió la mecha.
Rápidamente la CGT de los Argentinos se plegó, y la CGT “oficial” y vandorista convocó a un paro nacional, aunque recién el 29 de mayo. En medio de ambos hechos, dos jóvenes habían caído bajo las balas de la represión en protestas estudiantiles y obreras desatadas en las principales ciudades del país, pero con el epicentro del conflicto en Córdoba, donde la ciudad quedó virtualmente en poder de la ciudadanía levantada contra la dictadura durante varios días.
El episodio, que sería conocido desde entonces como “El Cordobazo”, forzó la salida de Krieguer Vasena de la cartera económica, para que en su lugar llegara Dagnino Pastore, quien traería la promesa de convocar a paritarias. Pero las consignas pintadas con aerosol en las paredes cordobesas, señalaban que el capitalismo tambaleaba ante una voluntad de cambio cada vez más extendida.
Y ese no era el único signo: siguieron en las semanas y meses sucesivos el asesinato de Vandor por parte de un comando peronista, el ataque por parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) a varias sucursales de la cadena de supermercados Minimax en ocasión de la visita al país del magnate norteamericano Nelson Rockefeller, su propietario. Estallidos similares al Cordobazo, que se conocerán como “El Tucumanazo”, “El Mendozazo”, “El Rosariazo”, y el Viborazo (en Córdoba, en marzo de 1971) se repetirán en los años sucesivos.
Desde su exilio en Madrid, Perón advirtió el rumbo que estaban tomando las cosas, y alentó la rebelión.

Un estudiante de derecho
En tiempos en que el país era un hervidero, y cuando los abogados fueron el primer sector de profesionales que se sumó a la radicalización progresiva pero generalizada de la sociedad, incluso prestando servicios muchos de ellos a la CGT de los Argentinos, Carlos López Mateos comenzó a cursar la carrera de Derecho en la Universidad de la Plata. Era el año 1969.
Para costear sus estudios, el joven de diecinueve años empezó a trabajar en el ferrocarril, cargando valijas. Y al tiempo que nacía a la militancia estudiantil en la universidad intervenida por el régimen militar en el gobierno, comenzaba a desplegar también una militancia social y política en el barrio donde vivía.
Fue también durante ese mismo año que un reducido grupo de no más de una decena de jóvenes se lanzaba a realizar operaciones de apropiación de armas y de dinero, con ataques a comisarías y asaltos a bancos. Las acciones se realizaban en Córdoba, principalmente, y en Buenos Aires, en menor medida, que eran los lugares donde los futuros fundadores de la agrupación Montoneros habían hecho pie. Sin embargo, y para mantener hasta entonces oculto el carácter político de la organización en formación, simulaban ser delincuentes comunes.

El fugaz paso de Levingston
El 29 de mayo de 1970, al cumplirse el primer aniversario del “Cordobazo”, el ex presidente de facto, Pedro Eugenio Aramburu fue detenido en su domicilio por desconocidos que pronto dejarían de serlo: mediante un comunicado, la agrupación Montoneros salió a la luz.
Estaba apenas compuesta por algo más de una decena de integrantes, de la misma manera que se mantendría por un largo tiempo, y carecía de los recursos necesarios, todavía, como para representar una verdadera amenaza para la dictadura.
A Aramburu se le realizó, según explicaron los guerrilleros, un “juicio revolucionario” bajo las acusaciones de ser el responsable del golpe de septiembre de 1955, y de ser también responsable de la desaparición del cadáver de Eva Perón. Por esos, entre otros hechos, fue hallado culpable y ejecutado.
Ese episodio abriría para la agrupación naciente el camino de las simpatías populares, ya que Aramburu era efectivamente considerado responsable de la caída de Perón por la gran masa peronista de la población.
El “Aramburazo”, como se conoció al episodio, enardeció a los militares, que desplazaron a Onganía, sustituyéndolo por Roberto Levingston. Este, sin embargo, no tardaría en perder la confianza de los altos mandos, que volverían a realizar un cambio presidencial, colocando al general Alejandro Agustín Lanusse en la Casa Rosada en marzo de 1971.
La debilidad de la organización llevó a que Montoneros perdiera a uno de sus fundadores rápidamente, e incluso a que, al ser descubiertos sus integrantes, entre julio y agosto de 1970 estuviera a punto de desaparecer por completo.
Fueron “salvados” por las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), y lograron recuperarse para realizar varias incursiones que les permitieran hacerse de dinero en el último trimestre de 1970. Sin embargo, por entonces, sus integrantes no superaban, aún, la veintena.
De allí en más, las operaciones de la agrupación guerrillera se convertirían en verdaderos actos de propaganda, y acciones heroicas. No abandonarían la metodología de apropiación de armas y de dinero, mediante incursiones orientadas a fortalecer su estructura. Y sumarían, además, el apoyo de Juan Domingo Perón desde el exilio.
El viejo líder enviaba al país grabaciones en cintas magnetofónicas con discursos en los que alentaba las acciones de las “formaciones especiales”, como las llamaba. Dejaba, al mismo tiempo, entrever el necesario “trasvasamiento generacional” que debía producirse en el Movimiento peronista, y en el cual, los Montoneros rápidamente comenzaron a sentirse los herederos de la estructura creada en torno a la figura de Perón.
Confluyeron varios factores: la necesidad de Perón de demostrarle a la dictadura que debía convocar a elecciones, primero, y luego que debería cumplir con esa promesa; pero también la juventud e ingenuidad política de los militantes.
En ese marco, había diferentes puntos de vista dentro de la organización, porque mientras algunos montoneros creían que el objetivo perseguido era una variante nacional del socialismo, otros veían la necesidad de una forma socialista de revolución nacional. Perón, por su parte, había aggiornado su “Tercera Posición” histórica y equidistante de los dos imperios (la Unión Soviética y Estados Unidos), para reconvertirla en un proyecto de socialismo nacional, acorde a los cambios que se daban en el mundo.

Vida de barrio
Con los propios amigos del grupo, las chicas tenían noviazgos inocentes de la primera etapa de la adolescencia, que solían acabar a las pocas semanas.
Los sábados eran de asalto en los últimos años de la década del ’60 y comienzos de la siguiente. Las chicas llevaban la comida, los varones algo para tomar, y la reunión se hacía en la casa de alguno de los integrantes de la barra.
El regreso era siempre en grupo, caminando por las calles de tierra, a las 4, las 5 de la mañana. No existían peligros, entonces, en el barrio donde todos se conocían.
Las chicas llegaban cada una a su casa, que estaban prácticamente juntas, Camila y Stella a cincuenta metros de Silvia, Alicia una cuadra y media más allá de ellas.
En las tardes, en cambio, uno de los destinos predilectos eran las plantas de moras en el límite del plano, donde ya no había casi casas, y las calles se desdibujaban. Había que hacer quince, veinte cuadras de caminata, pero no había apuro, sobraba el tiempo y no había otros intereses que la amistad, la charla compartida, los chismes en barra, las risas que se multiplicaban.
Si una de las chicas tenía que ir al kiosco, las demás asumían el compromiso obligado de acompañarla, y llegaban a formarse grupos numerosos, incluso, para recorrer los cuatrocientos o quinientos metros de distancia, sólo para hacer una compra que en definitiva no era demasiado importante. Y la rutina volvía a repetirse una y otra vez, varias veces al día, infinidad de veces a la semana.

Trelew
En un penal de máxima seguridad de Rawson, en la provincia de Chubut, se encontraban los más importantes presos políticos de la dictadura lanussista: Marcos Osatinsky y Roberto Quieto, líderes de las FAR, Mario Roberto Santucho y Enrique Gorriarán Merlo, de la cúpula del ERP, y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros, así como un centenar de militantes de esas organizaciones, y dirigentes gremiales de izquierda.
Siguiendo un plan trazado por Santucho, casi la totalidad de los allí alojados habían sido numerados (por orden de importancia política) para protagonizar la fuga más audaz de la historia, con fecha 15 de agosto de 1972.
Sin embargo, y aunque inicialmente el plan marchó bien, pronto los detenidos perderían el control de la situación: de todos los vehículos que debían aguardar su salida, únicamente quedó uno, como consecuencia de un error de coordinación. Y sólo el reducido grupo de los líderes logró, entonces, llevar el escape proyectado a la práctica, partiendo hacia el aeropuerto y tomando de rehén al piloto de un avión para trasladarse en él hacia Chile.
Los demás quedaron literalmente varados a las puertas del penal tomado, y desde la guardia llamaron taxis y remises. Lograron alcanzar el aeropuerto, pero cuando lo hicieron, el avión en que iban por sus compañeros carreteaba en la pista.
Los fugados, diecinueve en total, se apoderaron del aeropuerto y resistieron durante algunas horas el cerco de las fuerzas de seguridad, para entregarse después de negociar controles médicos para evitar torturas y la restitución a la cárcel de la que habían huido.
Aunque recibieron el asentimiento a su petitorio, fueron trasladados a la base naval Almirante Zar, en la ciudad chubutense de Trelew, y allí ferozmente torturados.
Una semana más tarde, el 22 de agosto, y fraguando un intento de fuga inverosímil, los diecinueve presos fueron acribillados. Sólo tres sobrevivirían, mientras que la esposa de Santucho, Ana María Villarreal, presuntamente embarazada, formó parte de la lista de muertos.
Lanusse asumió la responsabilidad de lo ocurrido en forma inmediata, y el contraalmirante Hermes Quijada difundió la “versión oficial” de los hechos. Las otras deberían conocerse por fuera de los medios de prensa, ya que la Ley Nº 19.797, sancionada en la noche de ese mismo 22, prohibió la difusión de noticias sobre o de organizaciones guerrilleras.
En los días sucesivos hubo manifestaciones de repudio en todo el país, y explotaron 60 bombas en respuesta a la “Masacre de Trelew”, como se la llamó.
Peronistas, radicales, intransigentes, socialistas, comunitas, trotskistas y demócratacristianos condenaron al Gobierno por lo ocurrido, mientras que Perón, desde el exilio, calificó las muertes como “asesinatos”.

Las lleva Carnevale
Promediaba 1971, y Camila y Silvia, con 15 años, tenían prevista una salida. Habían logrado, incluso, que Daniel Azar las llevara. Sólo faltaba un detalle, conseguir la autorización de Concepción Isabella Valenzi, que no cedía.
Las chicas prepararon todo: a la madre de Silvia la llevaron a la casa de Camila, para que su mamá la convenciera, y ellas se quedaron alrededor de los sillones enfrentados donde las dos mujeres negociaban.
Si bien era una ceremonia que solía darse, y de la cual ya casi conocían al detalle las instancias de su desarrollo, las dos madres aceptaban representar la escena sin mayores conflictos, y seguras ambas de que lograrían imponer su voluntad.
La madre de Camila argumentaba que las chicas ya tenían edad para salir, que no se trataba de nada peligroso, y que incluso, su hijo iba a llevarlas. Concepción, menos temerosa que restrictiva, insistía en su media lengua donde el acento italiano seguía deformando algunas palabras:
-Pero yo le digo a la Chilvi, ¿para qué van a salir ahora, si después viene carnevale y las lleva?
-Lo que pasa, que las chicas, de vez en cuando quieren salir... –respondía la otra. Camila, Silvia y Stella miraban, compenetradas, la situación. No hablaban entre ellas, y cada una entendía a su manera la conversación. Claro que, pese a todo, ninguna podía explicarse porque el clima se iba tornando más tenso.
-Discúlpeme, señora, pero... ¿quién es Carnevale que le tiene más confianza a él que a mi hijo? –disparó la madre de Stella y Camila, cuando se le hubo agotado la paciencia.
Silvia fue la primera en estallar en una risa incontenible, hilarante y contagiosa, porque habían entendido la confusión antes que las demás: su mamá estaba hablando de carnaval. Que Daniel Azar las llevara unos cuantos meses después, cuando llegara carnaval.

La Hora del Pueblo y el GAN
Los Montoneros creían firmemente que Perón llegaría para iniciar el camino hacia el socialismo en una transición por etapas, y sufrieron un leve desconcierto cuando el líder exiliado patrocinó “La Hora del Pueblo”, una declaración colectiva pidiendo la convocatoria a elecciones.
El radicalismo, el Partido Conservador Popular, el Partido Demócrata Progresista, el Partido Socialista Argentino, los radicales “Bloquistas” de San Juan y el propio peronismo suscribieron el pedido, que fue interpretado por la juventud militante como una treta de Perón para mantener al régimen en la mesa de negociación mientras el Movimiento profundizaba sus niveles organizativos y sus métodos de lucha “para emprender las próximas etapas de la guerra”.3
Durante la gestión de Levingston, no tendría eco “La Hora del Pueblo”, excepto como un acercamiento de posiciones entre los partidos políticos todavía proscriptos.
Será recién cuando sea designado Lanusse en su reemplazo, y a través de su llamado Gran Acuerdo Nacional (GAN), en marzo de 1971, que comiencen a sintonizarse ambos proyectos: el de los partidos políticos por retornar a la democracia, y el del presidente de facto por crear un frente de acción política que lo posicionara como su principal referente.
Lanusse rehabilitó la actividad política y dispuso la devolución de los bienes y locales a los partidos políticos, levantó las sanciones impuestas a diversos sindicatos, anunció la reunión de convenciones paritarias para discutir aumentos salariales, y permitió el funcionamiento de la CGT.
El presidente de facto se acercó a los referentes de La Hora del Pueblo para estrechar lazos y avanzar en un proyecto de normalización institucional. Sin embargo, la pieza clave para todo acuerdo era Perón, y en ese sentido se orientaron una serie de acciones de aproximación entre ambos. La que marcaría el momento de mayor acercamiento sería la repatriación del cadáver de Eva Perón, hecho que se concretó el 23 de septiembre de ese mismo año.
Sin embargo, las intenciones políticas de Lanusse fueron haciéndose cada vez más evidentes y eso motivó un cambio en la actitud del ex presidente exiliado: primero reemplazó a su delegado en Argentina, Daniel Paladino, por Héctor Cámpora, luego inició una serie de declaraciones en apoyo a las actividades de la guerrilla peronista representada no sólo por Montoneros, sino también por las FAP, y se mostró tolerante, cuando no comprensivo con las acciones desarrolladas por las otras agrupaciones no peronistas como las FAR y el ERP.
Lanusse abandonó su estrategia de acercamiento a Perón y Perón endureció cada vez más sus discursos contra el gobierno militar.
Corría ya 1972, cuando la publicación de una entrevista secreta entre un enviado del presidente de facto y el líder exiliado en la que se barajaba la posibilidad de un futuro político para Lanusse terminó por aguar todo posible acuerdo.
Lanusse anunció que en las elecciones no podrían ser candidatos quienes desempeñaran cargos en el Ejecutivo Nacional o en los ejecutivos provinciales hasta el 24 de agosto, pero tampoco quienes no residieran en el país con anterioridad a esa fecha. En ese marco, ni uno, ni otro, tenían chances ciertas de sumarse a la contienda electoral.
Perón podía volver al país, pero no lo hacía por no tener garantizada su seguridad, y eso permitió a Lanusse asegurar: “Aquí no me corren más a mí, ni voy a admitir que corran más a ningún argentino diciendo que Perón no viene porque no puede: permitiré que digan que no viene porque no quiere, pero en mi fuero íntimo diré que no viene porque no le da el cuero para venir”.4
La situación cambiaría drásticamente en el país, mediante un hecho en el que Perón nada tendría que ver: la Masacre de Trelew, que se traducirá en un incremento del descontento generalizado, así como de las acciones guerrilleras.
Perón debía volver, y volvió el 17 de noviembre de ese año.

Una chica enamoradiza
Después de 1971, las salidas a bailar fueron dándose con algo más de frecuencia. Y aunque no formaban parte de una rutina establecida, para las chicas eran acontecimientos más que importantes, que requerían un enorme despliegue en preparativos y en el maquillaje. La ropa no representaba un inconveniente, y apenas se arreglaban con unas pocas prendas cada una, que luego intercambiaban sin prejuicios.
Silvia se destacaba entre sus amigas por su particular facilidad para enamorarse. Todos los chicos le parecían encantadores, y en realidad, no solía detenerse en el aspecto exterior, sino que se dejaba llevar por otros detalles que las demás, más estructuradas y en busca de un modelo de atractivo que ajustara a lo que pretendían, no percibían.
Podían encararla ellos, o salir ella a la búsqueda de alguien que le gustara para Silvia no había problemas. Era tolerante, era resuelta, y por sobre todas las cosas, muy segura de sí misma. Incluso, jamás se mostró preocupada por la cicatriz de su operación de infancia, que le llegaba casi hasta media pierna, y que era verdaderamente notoria.
Esa naturalidad, esa seguridad de sí misma pese al cuerpo armonioso pero sin atributos que destacaran, esa forma de ser tolerante, a veces indiferente, incluso, no sorprendía tanto al resto de las chicas, como lo hará andados los años.
1972 fue un año catastrófico para varias de las chicas del grupo: Camila, Silvia y Stella habían repetido el año. Y si bien en casa de las Azar la noticia no había sido nada bien recibida, en el caso de los Isabella Valenzi no existían demasiadas presiones sobre Silvia respecto a los estudios.
En el verano siguiente, las chicas conformaron un grupo sumamente homogéneo, independientemente de que las edades de sus integrantes fueran de los 13 a los 17 años: estaban Stella y dos amigas del barrio entre las más pequeñas, dos amigos de ellas de 15, y Camila, Alicia y Silvia, de entre 16 y 17.

El fin del exilio
Para sus compañeros, Carlos era la persona indicada para todas las cosas, y él mismo no rehuía el peso de esa consideración, a tal punto que en una oportunidad llegó a infiltrarse en una reunión de la Concertación Nacional Universitaria, una agrupación claramente identificada con la derecha peronista.
Sin tener en cuenta la opinión de su hermano Luis, Carlos participó de la reunión, y estuvo cerca de ser descubierto, cuando una de las asistentes no sólo lo reconoció, sino que incluso se atrevió a saludarlo a mitad del mitín. Con el aplomo que le daba la certeza de sus convicciones, él retribuyó el saludo, y evitó que advirtieran las intenciones con las que había llegado.
Era por esos años cuando militaba en la Facultad de Derecho de la Universidad de la Plata, en la cual llegó a ocupar cargos de peso como dirigente estudiantil, que le permitirían después vincularse con la organización Montoneros.
Carlos llevaba avanzada su carrera universitaria, costeada con enorme sacrificio, pero siempre con su propio trabajo, negándose a depender de la ayuda de la madre o los hermanos, cuando llegó a su fin el exilio de Perón.
El 17 de noviembre de 1972, un avión aterrizó en el aeropuerto internacional de Ezeiza, en una jornada lluviosa, y Juan Domingo Perón volvió a pisar territorio argentino tras diecisiete años de exilio. El viejo líder llegaba para demostrarle a la dictadura lanussista que estaba más allá de la imposición fijada para los candidatos presidenciales, y al mismo tiempo, para avalar los acuerdos llevados adelante por el peronismo para conformar el Frente Justicialista de Liberación Nacional, que casi un mes después, el 15 de diciembre, presentaría oficialmente su fórmula presidencial: Cámpora-Solano Lima.
La Juventud Peronista, creada a comienzos de 1972 pero aún desligada de la organización Montoneros, que por entonces seguía teniendo una estructura pequeña en torno a los sobrevivientes de su núcleo fundacional, se convirtió en vedette de la campaña electoral del peronismo.
Durante casi todo el año 1972, sus integrantes organizaron distintos mitines. Con la llegada de Perón al país, fueron los responsables de la reunión de casi 100 mil personas en torno a la residencia ocupada por el líder, en Vicente López.
Por su parte, los Montoneros también salieron de su aislamiento para volverse hacia la campaña a fines de ese año. Y será entonces cuando el viejo dirigente perciba en toda su dimensión las limitaciones de la guerrilla que hasta entonces le había sido funcional a sus intereses. Sin embargo, el divorcio tardaría aún un año y medio en llegar.
Frente a una escalada guerrillera que no se detenía y que contaba con acciones militares de cada vez mayor envergadura por parte del ERP, Montoneros, y las FAR, así como otras organizaciones menores, el 7 de febrero de 1973, Lanusse decidió prohibir el retorno definitivo de Perón al país, al menos hasta que no se produjera la asunción del gobierno que resultara electo el 11 de marzo de ese año.

Ojotas para no estar desnuda
Faltaba una semana exactamente para las elecciones presidenciales, y para que Silvia cumpliera sus 17 años, pero fiel a su carácter, no estaba preocupada por ninguno de los dos hechos ese domingo 4 de marzo de 1973 en que decidió disfrutar del sol y de la pileta del Club de los Telefónicos que cuidaban sus padres.
Era de tarde, probablemente cerca de las 18, y estaba con sus amigas Stella y Vilma, cuando llegó “el Batiplomo”, como conocían a un chico que si bien no era del grupo, era tolerado por las chicas porque las llevaba de paseo en su Fiat 600.
La recorrida llevó a los cuatro a un campo sin alambrado ni demarcaciones, en el que aprovecharon para ver la puesta de sol. Sin embargo, una voz marcial interrumpió el bucólico momento. “Quietos o disparo”, les advirtió.
Al darse vuelta, las tres chicas y el muchacho se encontraron cara a cara con una camioneta militar y un grupo de uniformados que les apuntaban con armas largas. “Nos estábamos yendo”, intentaron justificarse, y explicaron lo que era obvio: que el campo no estaba señalizado, que no había cerco perimetral, ni tampoco tranquera. Todas las excusas fueron vanas, porque estaban dentro de Batallón de Comunicaciones Nº 601, de City Bell.
Los cuatro jóvenes fueron llevados a la sede del regimiento. Antes de bajar, desesperada, Silvia le pide a Stella que le preste las ojotas. Una y otra vez, cada vez más ansiosa. Estaba en bikini y se sentía desnuda, por eso quería llevar algo más.
Las tres chicas de 13, 15 y 16 años fueron obligadas a quedarse esperando, junto al “Batiplomo”, sentadas en un banco, con todos los soldados del regimiento mirándolos a los cuatro.
Las autoridades militares se comunicaron con las familias de los demorados, aunque los hicieron aguardar casi unas cuatro horas para permitirles irse.
Vilma no podía contener el ataque de pánico, porque cuando estaba en la pileta con sus amigas, en realidad debía estar tomando clases particulares, y como si eso fuera poco iría a buscarla la madre junto a un tío y recibiría duros reproches. Silvia no se hizo mayores problemas, incluso frente al comandante del Regimiento mostró su ofuscamiento cuando el militar le explicaba a Concepción que no podía ser que ella estuviera en bikini y Stella en mini-short. “Yo estaba en mi casa tomando sol, cómo quiere que esté”, pataleó, mientras su mamá intentaba conciliar, pidiéndole que no le contestara al uniformado.
Camila fue la encargada de retirar a Stella, presentándose como responsable por su hermana menor. Llegó con una actitud seria y adulta, y tratando de siquiera mirar a sus amigas para evitar la tentación de la risa, justo en el momento preciso en que tenía que demostrar responsabilidad.
Al cabo de una larga estadía en el Batallón, Camila acompañó a Vilma, la madre y el tío en uno de los autos, como para ir suavizando el ambiente de cara a los retos posteriores, y el Batiplomo devolvió a su casa a Silvia y Stella, con la compañía de Concepción.
El responsable del regimiento argumentó que faltando una semana para las elecciones, y con el clima que se vivía en el país, se habían asustado, y no podía saber qué era lo que ocurría cuando vieron el vehículo detenido en el predio del Batallón. Las chicas se llevarían la certeza, una vez pasado el susto, de que lo único que las retuvo tantas horas ahí fue la poca ropa que llevaban puesta.





















1-Todo o Nada, María Seoane, Editorial Planeta, l997.
2-Todo o Nada, María Seoane, Editorial Planeta, l997.
3-Soldados de Perón, Richard Gillespie, Editorial Grijalbo, 1998.
4-Historia de la Argentina 1966-1976: EL GAN, Crónica – Hyspamérica, Editorial Sarmiento S.A. 1992.

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