El 2 de abril de 1977, una joven secuestrada por la dictadura militar argentina, que menos de un mes antes había cumplido 21 años, tuvo una hija en el Hospital de Quilmes. La joven fue asesinada algo más de una veintena de días después. Su hija nunca fue encontrada. Sin embargo, la historia estuvo rodeada de un manto de ocultamiento e intriga.

Ayudemos a identificarlos...

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lunes, 22 de junio de 2009

Capítulo 5 - La Militancia

Capítulo 5
La militancia


Clandestinos otra vez
“Excluidos del sistema político oficial argentino, los Montoneros se volvieron entonces violentamente contra él. El 6 de septiembre de 1974, tras haber declarado la guerra a un gobierno juzgado ni popular ni peronista, se hallaban de nuevo en la clandestinidad. Les parecía haber vuelto a donde se hallaban antes de las elecciones de marzo de 1973, y se preguntaban: ‘¿Qué diferencia hay entre aquella dictadura y este gobierno?’.
Pero el tiempo no había pasado en vano. Los Montoneros poseían ya una tremenda reserva de apoyo gracias a sus iniciativas políticas relacionadas con las masas y ante su sensibilidad frente a la opinión pública. En el curso de los doce meses siguientes se convertirían en la más potente fuerza guerrillera urbana de cuantas se han conocido en América Latina”1.
El anuncio oficial de la vuelta a la clandestinidad se efectuó en una conferencia de prensa, el 6 de septiembre, pero no será hasta el día siguiente cuando lo sepan muchos de los integrantes de las organizaciones de superficie, al enterarse a través de los medios de prensa escrita.
Y si bien la medida abría el camino para acciones como las que la sociedad casi en pleno creía no se habían desarrollado desde la tregua anunciada tras la asunción de Cámpora, lo cierto era que Montoneros había protagonizado varios episodios durante su periodo de “legalidad”. Gran parte de ellos habían tendido a aumentar sus reservas de capital, otros habían sido la expresión de lo que las organizaciones revolucionarias consideraban “justicia popular”.
Entre estos últimos hechos, se contaba el secuestro de David Kraiselburd a fines de junio de 1974, responsabilizándoselo como propietario del diario El Día, de La Plata, de haber recibido durante la Revolución Libertadora un medio de prensa que hasta entonces había sido de control sindical. El empresario periodístico moriría el 17 de julio, cuando la policía incursionara en la “casa segura” donde lo tenían alojado.
Aunque intentaron mantenerlas en la superficie, las organizaciones que componían la Tendencia se vieron rápidamente en problemas para sostener su funcionamiento “normal” de hasta entonces. Muchos de sus principales referentes, además, estaban claramente asociados con Montoneros, aunque su relación no fuera, en la práctica, tan directa, o al menos no en cuanto a las acciones militares.
Carlos López Mateos debió dejar la carrera de derecho cuando sólo le faltaba rendir una materia para recibirse, debido al pase obligado a la clandestinidad que la decisión de la Conducción Nacional de Montoneros había definido.
Como integrante de la Juventud Peronista, y pese a la necesidad de “alejarse de la superficie” que se hacía imperiosa, se mantendría en estrecho contacto con el barrio en el que se formó y en el que dio el primer paso en busca del “hombre nuevo”.

El reparto de los Born
En el mes de septiembre de 1974 tendría lugar una acción que en su desarrollo, y particularmente en su final, configurará un antes y un después en la historia de la organización guerrillera peronista: Montoneros secuestró a los hermanos Juan y Jorge Born, propietarios de la multinacional argentina Molinos Río de la Plata.
Los hermanos fueron recluidos en lo que se conocía como una “cárcel del pueblo”, que no era otra cosa que una vivienda con fuertes medidas de seguridad y con total hermetismo sobre lo que en ella ocurría.
Poco después, Montoneros emitió un comunicado en el que anunciaba que juzgaría a los Born por su “actuación contra los trabajadores, el pueblo, y los intereses nacionales”, y puntualizaba, además, que el Gobierno había reintegrado a la firma las mercaderías confiscadas luego de hallárselas acaparadas, presuntamente para forzar un alza en los precios.
El rescate pedido por los mega-empresarios argentinos fue de sesenta millones de dólares, lo que configuraba un verdadero récord mundial en lo que al pago de una liberación se refería. Sin embargo, tras algunos meses de negociaciones, la empresa aceptó no sólo ese pedido, sino también el de distribuir 1.200.000 dólares en bienes en las barriadas obreras y las villas miseria como “multa” por el acaparamiento y la escasez generados.
La distribución de la ayuda en ropa y alimentos fue coordinada por los referentes Montoneros de cada zona, que llevaron adelante así y en una enorme magnitud, una acción que el ERP ponía en práctica con frecuencia con el robo de vehículos de distribución de todo tipo de productos, que luego repartía en barrios pobres.
Jorge Born fue liberado el 20 de junio de 1975, poco más de nueve meses después de su secuestro, y en perfectas condiciones de salud. Lo mismo había ocurrido casi cuatro meses antes con su hermano Juan, quien durante su cautiverio había sido atendido por su médico personal, debido a los problemas de salud que padecía.
Cuando en City Bell se estaba organizando el reparto de los productos que la empresa de los hermanos Born había acordado entregar en las distintas barriadas necesitadas, y cuando ya modificaba constantemente su domicilio a sabiendas de que era buscado por las fuerzas de seguridad, Carlos volvió a la casa materna. Ante todo estaba Nelly, y él tenía algo de dinero de su sueldo como asistente social que podía serle más útil a su madre.
Cuando llegó no había nadie en la casa de Luján y Sarmiento, pero eso no iba a ser así por mucho tiempo, porque enseguida se presentaron fuerzas policiales que comenzaron a revolver la vivienda, a levantar pisos, tirar cajones, romper floreros, y hurgar todos aquellos lugares donde sospechaban que podían encontrarse escondidas armas, volantes con consignas políticas, o cualquier otro elemento “subversivo”, a su entender.
Nelly y su hijo Luis, que la llevaba del brazo, estaban llegando cuando vieron pasar los tres Ford Falcon. Estaban a dos cuadras de su vivienda, y vieron que los autos doblaron justo en esa esquina. No había duda de cuál era el destino, pero se sintieron aliviados de que Carlos no estuviera.
Madre e hijo decidieron seguir la caminata, y pasar de largo frente a su vivienda al menos unas cuantas casas más, hasta lo de “el Ruso”, un zapatero que le tenía simpatía a los chicos López Mateos.
Mientras que la esposa del zapatero hacía de “campana”, Luis y Nelly esperaban a que los vehículos se fueran, seguros de que al menos, pese a todo el daño que pudieran hacer, no iban a encontrar a Carlos.
Finalmente, los hombres de la seguridad se retiraron, llevándose con ellos algunas “cositas” que les resultaron interesantes de la vivienda. Apenas menos de cinco minutos más tarde Nelly y su hijo entraban al verdadero pandemonio que era la vivienda. Pero la sorpresa más grande fue ver salir a Carlos de atrás de la cortina del baño, donde había permanecido escondido durante todo el allanamiento, con el arma en la mano, y dispuesto a enfrentarse a los visitantes, pese a su superioridad numérica.
Esa se convirtió en la primera “caída” de importancia de la casa. Vendrían otras en los meses siguientes.

El Rodrigazo
Automáticamente, tras la muerte de su esposo y presidente de la Nación, María Estela Martínez de Perón -conocida popularmente como Isabel, o Isabelita-, en su rol de vicepresidente, quedó al mando de los destinos del país.
Convertido en una suerte de eminencia gris del Gobierno, el ministro de Bienestar Social, José López Rega desplegó aún más que antes, en vida de Perón, una ofensiva abierta contra la izquierda peronista.
La revista “El Caudillo”, un órgano de expresión antisemita y ultraderechista dirigido por Felipe Romeo, y presuntamente financiado con publicidad oficial de la cartera ministerial que conducía López Rega, pedía la eliminación de los “guerrilleros de la retaguardia”, es decir, de todos aquellos argentinos que simpatizaran, o toleraran, incluso, el proyecto de las agrupaciones revolucionarias, que por entonces contaban con una imagen positiva de más del 50 por ciento en el Gran Buenos Aires, y de poco menos de esa cifra en el resto del país2.
Otro de los frentes donde se produjo una arremetida fue el universitario, vital para Montoneros, con la intervención de quince casas de altos estudios y la sustitución de gran parte de sus rectores. Para 1975, se sumaría el despido de 4000 catedráticos, y el encarcelamiento de 1600 estudiantes.
La izquierda peronista vio con más claridad que nunca el fracaso de su estrategia ‘movimientista’ al ser expulsada a empujones del Movimiento. Y no tardaron en sumarse, además, la proscripción de sus expresiones de comunicación con la sociedad en su conjunto: el semanario La Causa Peronista y el diario Noticias fueron cerrados por decreto. Uno tras otro seguirían el mismo destino Militancia, El Descamisado y Crónica, así como el diario El Mundo, ligado al ERP, y la revista El Satiricón.
En materia económica, el gobierno de Isabel avanzó sobre José Ber Gelbard, a quien reemplazaría por Alfredo Gómez Morales en 1974, y mediante un juego de pinzas entre el sindicalismo y el lopezrreguismo, lo sucedería Celestino Rodrigo en medio de una crisis de proporciones.
Claro que a poco de asumir, el 2 de julio de 1975, el plan que Rodrigo ponga en marcha (y que por su impopularidad recibirá su bautismo popular como “el Rodrigazo”), hará saltar por los aires esa alianza estratégica.
La huelga general estallaría en forma espontánea, y los gremios y la CGT irían detrás para reconocerla, primero, y encabezarla, después. Sería la primera huelga decretada por la CGT contra un gobierno peronista, y obligó a la Presidente a dar marcha atrás en la derogación de los aumentos salariales concedidos y ratificar las paritarias.
La etapa lopezrreguista, que marcó la extrema derechización del Gobierno quedó cerrada cuando el ministro de Bienestar Social partió al exilio después de buscar, en vano, apoyos.
Las Fuerzas Armadas amenazaron con divulgar las listas de integrantes de la Triple A, que quedarían de esa manera expuestos a la venganza popular.
El gabinete entero presentaría su renuncia, y Economía iría a manos de Antonio Cafiero el 14 de agosto, después del fugaz paso de Pedro Bonanni.
“La táctica del ministro Cafiero consistió en la indexación general y gradual de los salarios, los precios y la tasa de cambio, para hacer frente a la vertiginosa espiral inflacionaria. Sin embargo, las grandes empresas, en lugar de invertir, aprovechaban las diferencias entre el dólar oficial y el dólar en el mercado negro, y entre el interés que redituaban los títulos públicos y la tasa de inflación. (...) La recesión y el desempleo amenazaban la economía, y las exportaciones descendieron un 24 por ciento en todo el año 75, lo que afectó principalmente al campo, un sector que respondió inmediatamente con una serie de paros”3.
En el mes de octubre, Cafiero intentaría reflotar la base del Pacto Social, para lograr una tregua entre empresarios y obreros. Pero fracasaría estrepitosamente debido a la férrea posición de la nueva confederación empresaria en la que se habían aglutinado los sectores más poderosos de la economía, y a la vez los más retrógrados. Los cuales, además, ya pensaban en un futuro plan económico de ajuste hecho a la medida de sus pretensiones, con un futuro ministro de Economía que no tardaría en llegar de la mano de un golpe militar.
La “era Cafiero” llegaría a su fin de la mano de la agudización progresiva de la crisis, y cuando esta ya fuera totalmente irreversible. El 3 de febrero de 1976 renunció y fue reemplazado por Emilio Mondelli.

La caída
A comienzos de agosto de 1975, una denuncia anónima lleva a un oficial de la delegación La Plata de la Policía Federal Argentina hasta una vivienda de la localidad de Gorina, donde luego de establecer la identidad de su moradora y los movimientos que realizaba, efectúa una redada.
La joven detenida, de nacionalidad paraguaya y apenas 18 años de edad es Nidia Sebastiana Martínez, novia de Carlos Alberto López Mateos desde el mes de febrero de ese año. Se habían conocido cuando ella entrenaba para un torneo intercolegial en el Estadio Provincial, y casi enseguida comenzaron una relación.
La aprehensión de Martínez permitió, además, la captura de otras tres personas: María Segunda Casado, conocida como “Silvia”, Hugo Roque Gallardo (Hugo), y Enrique José Mércuri (Porki).
Inicialmente todos fueron interrogados por los integrantes de la Policía Federal, con métodos coercitivos, como revelaría después, únicamente Mércuri en su declaración ante Carlos Luis Molteni, titular del Juzgado Federal Nº 3, secretaría 9, de La Plata, donde se tramitó la causa.
Los cuatro detenidos formaban parte del “círculo íntimo” de Carlos, conocido como “Carlitos” en el ámbito de militancia. Y quien para la justicia estaba entonces en calidad de prófugo.
Los delitos sobre los que se investigaba a los cuatro detenidos, y también al no aprehendido eran el grado de participación de éstos en el secuestro de un empresario de la firma Corchoflex (Rodolfo Leandro Saurnier), la colocación de artefactos explosivos en los domicilios del secretario general de la CGT regional La Plata y diputado provincial, Rubén Diéguez, y de Raúl Zardini, decano de facultad de la UBA. Pero también se les imputaba el “difundir ideas contrarias al gobierno” por realizar pintadas tales como: “Luche y vuelve”, o “Los precios suben por el ascensor, los salarios por la escalera”.
Si bien en mayor o menor medida todas las declaraciones ante las autoridades policiales habían resultado comprometedoras, la de Gallardo irá más allá de la de Mércuri, porque mientras el primero señale a Carlos como partícipe en la colocación del artefacto explosivo en la casaquinta de Diéguez el 27 de julio de ese año, “Porki” rechazará haber estado al tanto de lo ocurrido, a excepción de lo que supo por los medios de prensa.
La más delatora fue la declaración de “Nidia”, tal como la conocían, quien aseguró ante la policía, y luego ante el juez, que su novio, que la había introducido en la organización Montoneros, había tenido participación en los hechos que se investigaban. Dijo también que la habían llevado a practicar tiro en un predio cercano al Cruce de Etcheverry, y brindó un panorama de la estructura organizativa de la Juventud Peronista y Montoneros en City Bell y sus alrededores.4
El dato era que en cada zona se formaban “juntas barriales”, las cuales ofrecían el espacio propicio para organizar reuniones donde charlar con otras personas que se interesaran en el proyecto político de la agrupación. Y donde, además, mucho se hablaba de “los Auténticos”, el espacio político que estaban creando importantes referentes de la izquierda y el progresismo peronista para competir en los comicios como una fuerza legal. ¿El objetivo?: Contar con una alternativa de construcción política de masas para oponerse al peronismo “oficial” de Isabel Perón y su entorno, cada vez más alejado de los ideales de quienes habían protagonizado la resistencia.
Tanto Gallardo, como la propia Nidia y María Segunda Casado5, eran referentes barriales, y también lo era Carlos, quien, además, coordinaba las actividades de los demás, y era el encargado de distribuir los volantes que la agrupación bajaba para dar a conocer su postura frente a los aumentos desmedidos de precios del Rodrigazo, o los conflictos sindicales que se desarrollaban en forma permanente en distintas empresas.
La tarea era la misma que habían llevado adelante hasta noviembre de 1974 congregándose en la Unidad Básica de Sarmiento y Camino Belgrano, de la que el esposo de Rosa Isabella Valenzi se alejara debido al clima cada vez más enrarecido a partir del distanciamiento entre Perón y Montoneros, y que finalmente un mes y medio antes de comenzar 1975 había cerrado sus puertas definitivamente.
Desde aquel momento, las casas de cada uno de los integrantes de las juntas barriales eran el espacio propicio para los encuentros. En uno de esos encuentros se conocerían más formalmente Carlos y Silvia, cuando ella fuera acompañando a Camila a un asado.

Los Auténticos
El 11 de marzo de 1975, en el Restaurante “Nino” se puso oficialmente en marcha el Partido Peronista Auténtico, nacido como una propuesta política de masas, y orientado, inicialmente, a tener su debut político en las elecciones de la provincia de Misiones, donde se elegiría gobernador para ocupar el cargo que había quedado vacante, junto al de vicegobernador, tras estrellarse el avión en que ambos viajaban.
Poco después, un fallo judicial despojaría a la agrupación de la palabra “Peronista”, por lo cual, finalmente sería el Partido Auténtico. Mantendrían, sin embargo, una consigna que se reproduciría mediante pintadas callejeras: “El peronismo vuelve con el Partido Auténtico”.
Nombres de peso de la resistencia peronista posterior a 1955, y figuras alineadas ideológicamente con la Tendencia que habían ocupado cargos a partir del triunfo camporista de 1973 se aglutinaron en la nueva cara legal de Montoneros. Claro que los hechos llevarían a un distanciamiento cada vez mayor a ambas fuerzas en los meses siguientes.
Para abril, sin embargo, el panorama era alentador, pese incluso a los malos resultados de la elección misionera, donde “el ministerio de Bienestar Social de la Nación (con López Rega todavía al frente) había invertido una pequeña fortuna”6 durante la campaña y de cara a la elección.
Serán sin duda la crisis de mediados de año, y el Rodrigazo, los que abran un horizonte promisorio al Partido Auténtico, que se desplegó a lo largo de todo el país, cubriendo un área que englobaba al 95 por ciento del electorado, y logrando 40 mil afiliaciones.
Todos los datos de esos adherentes serían puestos a disposición del Gobierno, cumpliendo de esa manera con una exigencia habitual para los partidos políticos, pero, sin embargo, se abrirá la posibilidad, a futuro, de una mucho más sencilla identificación de los simpatizantes que sumara la izquierda peronista.
Paralelamente, y como si buscaran borrar con el codo lo que escribían con la mano, los Montoneros realizarán una serie de acciones cada vez de mayor envergadura, que entorpecerán la labor de masas del Partido Auténtico. Al mismo tiempo, obligarían a que los importantes referentes políticos que componían el PA, tuvieran que salir a tomar distancia de las hazañas militares.
En una jugada perfectamente intencionada, el Partido Auténtico será finalmente prohibido en el mes de diciembre, bajo el pretexto de que Montoneros formó parte de un osado ataque del ERP a un regimiento de arsenales en el sur del Gran Buenos Aires.
En el camino había quedado, antes, su publicación quincenal, “El Auténtico”.

Cada vez más lejos de las bases
Villa Constitución, en Santa Fe, constituía un verdadero bastión de resistencia industrial a los avances de la crisis y las políticas de ajuste, y protagonizaría el 20 de marzo de 1975 un hecho que pasará a la historia como el “Villazo”, donde luego de 39 días de huelga en toda la ciudad, hombres, mujeres y niños que resistían los planes de reconversión industrial serán víctimas de la represión de la policía y las bandas de derecha.
Tanto el ERP, como Montoneros encontrarán campo de acción entre los obreros industriales de esa zona de Santa Fe, donde el sindicalismo “oficial” mostraba oídos sordos a los reclamos.
Sin embargo, la paulatina desmovilización de los trabajadores de todo el país sobre el final de ese año, dejaría a la guerrilla girando en el vacío. Sin canales de expresión a partir de la clausura sistemática de todos los medios que habían ido creando, y finalmente en la ilegalidad desde septiembre, los Montoneros se vieron en la necesidad de recurrir a actos desmesurados para mantener su presencia y lograr que su existencia no pudiera ser ignorada por la sociedad.
Claro que a partir de agosto entrarían en una escalada de proporciones tales que muchos observadores tenderían a pensar que asistían ya no a la lucha de un movimiento insurgente, sino a una verdadera guerra entre dos ejércitos, teniendo del otro lado a las fuerzas armadas.
El 22 de ese mes, como cada año a partir de 1972, se recordaría un nuevo aniversario de la masacre de Trelew, y en todo el país unos cien artefactos explosivos serían detonados. Claro que Montoneros tenía una carta en la manga.
En esa misma jornada, hicieron estallar la primera fragata moderna de la Armada, la Santísima Trinidad, fondeada en el Astillero Río Santiago, de Ensenada. La embarcación, que estaba provista de misiles, había costado 50 millones de dólares, y había sido construida con ayuda británica.
Muy poco después, y en el mismo mes, la pista del aeropuerto Benjamín Matienzo, en San Miguel de Tucumán, volaría cuando un avión Hércules C-130 de la Fuerza Aérea despegaba con personal militar antiguerrilla.
Pero sin duda, la más monumental de las acciones contra las fuerzas armadas era la que reservaban para el Ejército, y que tendría lugar el 5 de octubre de ese mismo año, en la sede del Regimiento Nº 29 de Infantería de Monte, en Formosa.
La operación no sólo implicó una enorme osadía, sino un despliegue de proporciones para llegar hasta el extremo norte del país con combatientes que no eran de la zona. El objetivo era hacerse de armas, y en parte se logró, aunque con la pérdida de varios guerrilleros.
La retirada, digna de una película, la hicieron secuestrando un avión en el aeropuerto de El Pucú, que luego hicieron descender en algún lugar de la provincia de Santa Fe. Un pequeño grupo huyó hacia la provincia de Corrientes en automóvil, donde luego sería detenido uno de los principales referentes de la Columna La Plata de la JP y Montoneros.
Aunque el episodio fue condenado por todos los partidos, “el razonamiento político exigía que los Montoneros profundizaran su penetración en los movimientos de masas; la lógica militar dictaba un alto nivel de aislamiento. Una enorme brecha separaba las luchas armadas de los Montoneros de las luchas de los militantes industriales, incluidos los de ideas montoneras. La estrategia que habían escogido generaba de modo inevitable, su aislamiento físico del pueblo, en nombre del cual luchaban!”7.
Veinticuatro horas después del ataque en Formosa, el Gobierno, encabezado por el titular de la Cámara de Senadores, Italo Argentino Lúder (debido a una licencia por cuestiones de salud de la presidente) creó el Consejo de Seguridad Interna, que autorizaba a las fuerzas armadas a desarrollar actividades en todo el país para luchar contra la guerrilla. Apenas nueve días más tarde, la policía bonaerense también sería puesta bajo control militar.
Mientras que las cifras dejaban en claro que eran mucho más amplias las listas de bajas que las de víctimas para las agrupaciones insurgentes, el último foco de resistencia de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez, que el ERP había creado en las selvas tucumanas, quedó virtualmente desmantelado entre el 7 y el 10 de octubre.
Había alcanzado una supervivencia de poco menos de un año, que incluso podía considerarse un dato no menor, teniendo en cuenta que la respuesta militar fue casi inmediatamente implementada tras el asentamiento de los guerrilleros.

En pareja
Hacía fines de 1975, Silvia y Carlos habían comenzado su noviazgo, justo en el momento en que la situación política del país llegaba a su punto más extremo.
Pasarían algunos meses hasta que decidieran vivir juntos, en el transcurso de los cuales, el compromiso político de ella iría en aumento, al menos en lo ideológico.
Él, en cambio, profundizaría su reflexión sobre el giro que estaba dando la agrupación, y que la conducía a un aislamiento cada vez mayor del sustento en sus bases: los trabajadores y la gente de los barrios. Pero esos primeros bosquejos de crítica, que se fueron planteando en forma verbal y aislada, no tomarían la forma de un documento hasta el año siguiente, cuando la Columna La Plata -junto a la de la zona Norte, que lo hará después- plantee varios puntos de desacuerdo con la conducción nacional de Montoneros.
Por esos días de finales de 1975 habrá un hecho que se convertirá, para muchos, en una pieza clave para realizar una mirada introspectiva: la traición de Quieto, que oficialmente será maquillada en las páginas de Evita Montonera, el único órgano de propaganda que subsistía en forma clandestina.
Roberto “el Negro” Quieto, como oficial superior de Montoneros, redactó órdenes específicas de cara a la Navidad de 1975 que se aproximaba. En ellas recomendaba a los integrantes de la organización que bajo ninguna circunstancia contactaran a sus familias en esa oportunidad, como una forma de prevenir riesgos, en especial, atento al clima que se vivía, donde las desapariciones de militantes de la izquierda guevarista y la peronista, ya se contaban por decenas.
Sin embargo, el 28 de diciembre, y en una clara contradicción con sus propias recomendaciones, Quieto fue detenido cuando jugaba con su familia en las playas de San Isidro. Dado que el Gobierno se negaba a reconocer oficialmente la detención, se pusieron en marcha de inmediato campañas reclamando la legalización del detenido, y se sumaron estallidos espontáneos con quema de coches en la Capital Federal y pintadas en las paredes de La Plata, Buenos Aires y los partidos del Conurbano.
Mientras todo esto ocurría, dos allanamientos en importantes bases de Montoneros con un consecuente secuestro de material valioso se dieron en la noche siguiente a la detención de Quieto, y en los días sucesivos se sumaron una racha de secuestros, detenciones, desapariciones, y pérdidas de infraestructura que sólo podían interpretarse de una manera: el “Negro” había cantado.
Un Tribunal Revolucionario se reunió en febrero de 1976, y condenó a Quieto a la pena de degradación y muerte, en ausencia del acusado, sin embargo, ya que nunca más se conocería su destino.
“La condena de Quieto trastornó en gran manera, sino permanentemente, a los militantes de la izquierda peronista. (...) Evita Montonera, en un intento de tranquilizar a los fieles, se llenó súbitamente de informaciones con ejemplos de heroísmo e intransigencia, combinados con condenas del individualismo”.8

Un golpe anunciado
Los decretos reservados Nº 2770, Nº 2771 y Nº 2772, de noviembre de 1975, y que llevaban la firma de Lúder, y de los ministros Carlos Ruckauf y Antonio Cafiero, entre otros, se convirtieron en el primer paso para que las Fuerzas Armadas avanzaran sobre las libertades individuales, aún, incluso, en democracia.
Mediante esos documentos se las autorizaba, literalmente, a “ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a los efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio nacional”.
Claro que, como se verá al cabo de ocho años a partir de entonces, el aniquilamiento del accionar de la subversión fue interpretado como el exterminio de quienes militaban en las filas de las organizaciones de izquierda, y de un amplio abanico de otros ciudadanos que poco o nada tenían que ver, sumando, finalmente, una lista de 30 mil desaparecidos, decenas de miles de exiliados, y otros tantos detenidos políticos durante muchos años.
El destino final del gobierno de Isabel Perón parecía no estar muy lejos, e incluso acercarse día a día en la segunda mitad de 1975. Ese año, una crisis militar llevó a Isabel a nombrar a Alberto Numa Laplane como comandante general del Ejército, aunque su figura sería mal vista en el interior de la fuerza, por su voluntad de contribuir con el Gobierno para salvar la crisis. La autorización que Numa Laplane extendiera a Vicente Damasco, militar en actividad, para ocupar la cartera de Interior desataría otra crisis.
Los generales Jorge Rafael Videla, Roberto Viola y Guillermo Suárez Mason dieron un ultimátum a la presidente, que pese a su voluntad de no dejarse doblegar, cedió a instancias de Cafiero y del titular de la CGT, Casildo Herreras. La Jefatura del Ejército recayó en Videla, que junto con Eduardo Massera, ya máximo responsable de la Marina, perfilaban la que sería la primera junta militar del Proceso de Reorganización Nacional.
El 18 de diciembre se sublevaron oficiales de la Fuerza Aérea comandados por Jesús Orlando Capellini, y la Plaza de Mayo fue sobrevolada por dos aviones de combate y helicópteros que arrojaron volantes con el sermón del vicario general de las Fuerzas Armadas, de los días previos. En él, el referente eclesiástico llamaba abiertamente a los uniformados a hacerse cargo del gobierno, considerando que serían, al desempeñar esa tarea, elementos “elegidos por Dios”
Al cabo de algunos días, los rebeldes se rindieron y fue nombrado Orlando Ramón Agosti al frente de la Aeronáutica.
En la víspera de Nochebuena, el Ejército Revolucionario del Pueblo llevó adelante un intento de asalto al Batallón de Arsenales Nº 601, Domingo Viejobueno, en el partido de Quilmes. La operación ya era conocida casi al detalle por las fuerzas militares, y por eso concluyó en un estrepitoso fracaso, con varias decenas de militantes de la agrupación guevarista asesinados e incursiones represivas durante toda una noche en la villa de emergencia ubicada frente al regimiento militar.
El hecho sirvió de excusa para ilegalizar al partido Auténtico, con el argumento de que Montoneros había tomado parte en la acción.

Las horas contadas
La posibilidad de bordaberrización9 del gobierno fue descartada a comienzos de 1976, y por eso, a finales del mes de enero, Videla, Viola, y el empresario Alfredo Martínez De Hoz se reunieron para delinear, de urgencia, un programa económico ante la inminente toma del poder las Fuerzas Armadas.
Si bien por esos días Isabel Perón había anunciado el adelantamiento de las elecciones presidenciales para los meses de noviembre o diciembre de ese mismo año, la situación estaba ya totalmente fuera de control. Pero peor aún era que a nadie parecía interesarle salir del atolladero: la UCR decía no tener soluciones, y en el Congreso el peronismo se había quebrado, quedando en minoría, por la escisión del bloque Gestión y Trabajo.
La izquierda tradicional abogaba por un gobierno cívico-militar, mientras que el 2 de febrero la bancada de diputados del FUFEPO presentó un pedido para que se tratara sobre tablas la destitución de la presidente por “inmoralidad, inconstitucionalidad, ilegalidad e ineptitud en la gestión presidencial”.
Se sumaron a eso investigaciones sobre presuntos manejos discrecionales de los fondos públicos, y el primer lock-out empresario en la historia argentina. La inflación marchaba hacia marcas universales en el país que era, entonces, lo más parecido a una caldera.
Un nuevo ministro se hizo cargo de la cartera económica tras la renuncia del gabinete en pleno: Emilio Mondelli aplicó un severo plan de ajuste, con devaluación del 82 por ciento para el peso, autorizando un alza de precios del 100 por ciento, mientras que el tope para el aumento de salarios era del 20 por ciento, lo que desató una nueva ola de violencia.
El 19 de marzo, la Coordinadora de Gremios en Lucha protagonizó una jornada con incidentes en La Plata, y durante la madrugada siguiente, un estudiante y tres militantes obreros fueron arrancados de sus casas y fusilados en la calle sin más trámite. Esa semana hubo 37 muertes violentas en todo el país.
Para mediados de febrero, el temor invadía las fábricas ante la detención o secuestro de los delegados. La clase media aterrada por los niveles de violencia, el caos gubernamental, la hiperinflación y los reclamos sindicales miraba con buenos ojos el orden que el golpe podría traer.

El despliegue del terror
“A la 1 de la madrugada del 24 de marzo de 1976, mediante la denominada “Operación Bolsa”, fue arrestada por un comando militar al mando del brigadier Basilio Lami Dozo, la todavía incrédula Isabel Perón. A las 2.45, oficialmente las Fuerzas Armadas ser hicieron cargo del gobierno. Los funcionarios y líderes del sindicalismo y del Partido Justicialista fueron detenidos y alojados en tres buques-cárcel. La Junta militar declaró a todo el territorio nacional objetivo militar sujeto al nuevo orden. Era el golpe más anunciado y el que menos resistencia tuvo en la Argentina moderna. El presidente del Consejo Empresario Argentino, Alfredo Martínez de Hoz fue nombrado ministro de Economía. Debía producir un relanzamiento productivo. (...) A poco de andar, el plan implementado devendría en predominio del capital financiero, en especulación desenfrenada, endeudamiento externo, deterioro del nivel de vida de los trabajadores, desocupación y desindustrialización”.10
Los argentinos que le habían creído inicialmente a la Junta Militar su versión de que había llegado para “terminar con el desgobierno, la corrupción y el flagelo subversivo” pronto se vieron desengañados. El gobierno de facto disolvió el Congreso Nacional y las legislaturas provinciales, prohibió la actividad política, gremial y estudiantil, se intervino la CGT, las huelgas fueron declaradas ilegales, y se encarceló a los principales dirigentes políticos.
Pero el desconcierto no sólo afectaría la variable política. Un año después de la toma del poder, la economía estaba peor que cuando Martínez de Hoz se había hecho cargo de esa cartera. La desindustrialización del país tardaría más en percibirse que la línea económica claramente orientada en beneficio de grandes grupos financieros, terratenientes, y el capital extranjero. La clase obrera perdió su poder adquisitivo con tal aceleración, que para fines de 1976, los salarios reales representaban el 50 por ciento del nivel de 1974.
Pese a la violencia con que la “cacería” de opositores políticos, gremiales, y estudiantiles se había desatado, superando largamente cualquier imaginable ataque a los movimientos insurgentes, los conflictos no tardarían en presentarse: en septiembrte fueron los trabajadores de la automotriz Ford, y luego de los de Mercedes Benz. Les seguirían a finales de 1976 y comienzos de 1977 los del sector eléctrico, y en ese mismo año los ferroviarios.
Para poner en marcha el nuevo modelo económico diseñado para la Argentina era necesario no sólo aplastar a la guerrilla, sino también a toda manifestación sindical de rebeldía a un programa neoliberal a ultranza.
Los Montoneros, que habían calificado inicialmente la toma del poder por los militares como la “ofensiva generalizada sobre el campo popular, como una respuesta a la crisis definitiva del capitalismo”, pronto se darían cuenta que el militarismo no los conducía a donde buscaban.
En ese marco, comenzaron a surgir disidencias en dos de las más importantes columnas que tenía la organización: la de La Plata, y poco después, la de la Zona Norte del Gran Buenos Aires. Y fue recién entre finales de 1976 y poco más de la primera mitad de 1977, que la agrupación comenzó a realizar acciones de apoyo a los conflictos gremiales que se iban sucediendo.
Hasta entonces, varios atentados de magnitud contra blancos militares o de la policía habían logrado como única respuesta matanzas numerosas, e incluso el montaje de escenarios inverosímiles donde en un enfrentamiento moría una importante cantidad de guerrilleros sin que sumara una sola las bajas de las fuerzas de seguridad.
En el ámbito interno, Montoneros aplicó una transformación en abril de 1976, convirtiéndose de una Organización político militar, en un Partido de cuadros. El documento que acompañaba la transformación hablaba por primera vez de la “muerte del peronismo”, y descartaba la estrategia de alcanzar el socialismo por etapas. Proponiendo una transición directa tras la toma del poder, se trasnformó así en el documento más izquierdista que jamás publicaran. Sin embargo, en la práctica, nuevamente la teoría sería de difícil aplicación, porque la agrupación había quedado aislada de las masas y estaba únicamente compuesta por guerrilleros.
Lo que quedaba del Ejército Revolucionario del Pueblo, tras la muerte de su líder, Mario Roberto Santucho, el 19 de julio de 1976 en Villa Martelli, elegiría el camino del exilio, para diluirse en el resto del mundo. Una fracción mínima quedaría en el país para realizar una única acción: intentar asesinar a Jorge Rafael Videla colocando 104 kilos de trotyl en el Aeropuerto Metropolitano, pero sin éxito.
Antes habían sido desarmadas las células del Partido Revolucionario de los Trabajadores (brazo político de ERP) de Mendoza, Santa Fe y Rosario, y destruida la más importante de las imprentas de la organización en Córdoba.

Un bebé en camino
Después de decidir vivir juntos, en la primera mitad de 1976, Carlos y Silvia alquilaron una casa en la Plaza Azcuénaga de La Plata, en diagonal 76 casi calle 19, la que, sin embargo, se mantendría casi completamente desconocida para las familias de ambos por una cuestión de seguridad.
El clima no era el más propicio para encuentros abiertos, y una prueba clara de eso fue el allanamiento que sufrió Rosa en su casa en el mes de agosto, cuando fuerzas militares irrumpieron en la vivienda. Mientras conscriptos entretenían a las dos pequeñas hijas, ella y su marido era interrogados, a punta de fusil, para que dijeran dónde escondían “las armas de Montoneros”.
La casa fue “daba vuelta” por completo: rompieron cielorrasos y levantaron pisos, pero no encontraron nada y se retiraron. Jamás se les ocurrió revisar la parte posterior del terreno, donde en un reducido galpón, adentro de un pequeño carrito y cubiertas por una lona, se encontraban varias ediciones de Evita Montonera que Silvia había llevado.
Fue más o menos para esa misma época en que Silvia quedó embarazada. Poco después llegarían las dudas, y el atraso prolongado de su período, con lo cual para septiembre tendría ya la certeza de estar encinta.
Carlos recibió la noticia con alegría, en parte porque en lo personal le gustaban los chicos y había deseado ese momento, y en general, porque la llegada al mundo de un hijo era siempre motivo de algarabía entre los militantes políticos, incluso cuando las adversidades hubieran adquirido las proporciones que tenían en esa etapa de la dictadura.
Después de comunicarlo al resto de sus familias, la pareja debió, entonces, formalizar su situación, con anillos incluidos, y a instancias de Concepción. Es que la mujer, en su profunda religiosidad, planteó que si no podían contraer matrimonio legalmente por cuestiones de seguridad, al menos debían realizar un ceremonia de bendición de sus alianzas ante el altar.
Rosa creyó conveniente regalarle a su hermana algo para la casa, pero era tal la estrechez con que vivían, que Silvia le dijo que prefería un par de sandalias, porque en realidad, le hacían más falta. Ella se había contagiado de ese espíritu solidario y desprendido de Carlos, que cedía incluso hasta sus prendas de vestir si creía que alguien las necesitaba más que él, y era capaz de ponerse después, a falta de otra cosa, un pulóver de cuello alto a fines de primavera.
Las hermanas combinaron, entonces, y se vieron en el centro de La Plata. Hablaron de sus cosas, de cómo estaba evolucionando la situación política en el país, de trivialidades como los “claritos” que Silvia se había hecho en el pelo, y de temas que inquietaban profundamente a Rosa como por ejemplo, qué harían una vez que el bebé llegara para sostener la actividad política, o eventualmente tener que resguardar su seguridad de manera más vehemente que hasta entonces.
Ninguna de las dos lo sabía, claro, pero tampoco podían suponerlo. Y, sin embargo, esa sería la última vez que se vieran personalmente. El resto de la familia mantendría el contacto en los meses siguientes: Concepción sería la que más vería a su hija, al igual que Nelly con Carlos. Mingo pondría su casa para los encuentros, y la tía y las primas de Silvia harían lo mismo.
Pese a todo, los lazos no se interrumpirían, como tampoco iban a menguar las gestiones de ambas familias para que la pareja se alejara del centro del torbellino de violencia desatado. Habrá propuestas de partir en lancha hacia Uruguay por parte de los López Mateos, así como la sugerencia de abandonar el país por otra vía, y parte de la familia de Silvia ofrecerá la casa de Chapadmalal como refugio.
Todo resultaba en vano, porque el convencimiento de que debía terminar la lucha iniciada, aunque le costara la vida, era en Carlos una premisa irreductible. Y Silvia había asumido el mismo compromiso.

Víctimas del horror
El 9 de noviembre, una bomba colocada por la agrupación Montoneros, destruyó el cuartel general de la policía de provincia de Buenos Aires en La Plata, matando a un oficial, e hiriendo a otros once que estaban reunidos en el despacho del ayudante del jefe de la fuerza, coronel Guillermo Ernesto Trotz.
La antipatía, el temor y desconfianza que la policía inspiraba eran generalizados, pero, sin embargo, con la censura total impuesta a los medios de prensa, los Montoneros no tenían canales a través de los cuales explicar sus acciones a los argentinos, y señalar que el blanco del ataque habían sido los responsables de miles de desapariciones, centenares de sesiones de torturas y tormentos, y varias decenas de muertes admitidas sólo en el período que iba desde el 24 de marzo a esa fecha.
La ira se desató, entonces, y en el lapso de unos cuantos días cincuenta y cinco sospechosos fueron muertos en un lugar cercano al cuartel volado, como lo informara el diario The Times, en su edición del 17 de noviembre de 1976.
En la espiral de violencia de esa misma represalia, el 12 de noviembre fueron secuestradas por tropas del Regimiento Séptimo de Infantería de La Plata Isabel Nelly Mateos de López, y su hija, Elsa Noemí López Mateos, ambas en casa de la primera, en City Bell.11
El impacto por el hecho golpeó directamente a Carlos, y por supuesto, a Silvia. Aunque por entonces, la imposibilidad de vislumbrar los hechos en perspectiva, no permitía siquiera remotamente fantasear con lo que finalmente ocurriría, y se sabría años más tarde.
La hipótesis más tolerable era la de que las dos mujeres, que nada tenían que ver con la militancia de los varones de la casa, habían sido capturadas para forzar la rendición de los otros.
Pocos días más tarde, otro episodio, registrado entonces en la casa de uno de sus grandes amigos, y compañero en la conducción de la organización en La Plata, volverían a golpear a Carlos.
La casa de Daniel Mariani, en la calle 30, entre 55 y 56, donde vivía con su pareja Diana Teruggi y la pequeña hija de ambos, de tres meses de edad, Clara Anahí, fue cercada por tropas militares y atacada con bazucas, tanques y ametralladoras en un operativo que duró cuatro horas.
Las fuerzas de seguridad habían llegado con el dato certero de que allí funcionaba una importante imprenta de Montoneros, disimulada con la fachada de una casa común y corriente, y luego de asesinar a Teruggi y a otros tres militantes que se encontraban en el lugar, se retiraron, después, llevándose a la pequeña bebé, de la cual nunca más volverán a tenerse datos. Su abuela, María de Isabel Chorobik Mariani, se convertirá en la primera conductora de las Abuelas de Plaza de Mayo12. Daniel no estaba en el lugar.13

El último encuentro
El día en que fueron secuestradas su madre y su hermana, Adolfo Luis López Mateos cumplía años, y por eso decidió llamar a la casa familiar para saludar. Era obvio que en Rosario, donde se encontraba, no podía estar disponible como para recibir comunicaciones que no fueran las de la organización. Lo habían destinado allí para establecer contacto con militantes combativos de la CGT, que si bien no estaban integrados a Montoneros, prestaban su colaboración a la organización.
En varias oportunidades a lo largo del día de su cumpleaños, Luis intentó establecer contacto con su mamá, pero Nelly nunca atendió el teléfono. Tras el secuestro, un camión se hizo presente en la casa y cargó con todo lo que había en ella, desde muebles hasta objetos sin valor alguno, más que el sentimental.
Preocupado, aunque lejos de pensar lo peor, Luis llamó a su padrino, en La Plata, y escuchó al otro lado de la línea lo que jamás hubiera imaginado: “Mirá, a tu mamá y a tu hermana se las llevó el Séptimo de Infantería”. Y aunque la desesperación se apoderó de él, acompañada por una necesidad imperiosa de viajar a Buenos Aires, los compañeros no se lo permitieron. A cambio, aceptaron establecer un contacto con Carlos, para que los hermanos pudieran encontrarse. En el caso de ellos, esa también sería la última vez.
Se reunieron en la casa del ex senador por Catamarca, Eduardo Buenader, y pasaron casi toda la noche en vela, charlando, para quedarse finalmente dormidos, abrazados, y compartiendo la sensación -aunque no lo dijeran-, de que no volverían a verse.
El contacto entre ambos se mantendría, no obstante, pero sin que ninguno supiera dónde estaba el otro. Y cuando ocurra lo peor, Luis recibirá la notificación por parte de otros militantes, aunque sin conocer al detalle si Carlos había muerto o había sido secuestrado. Una certeza por la que tendrá que esperar varios años más.

Un paquete para entregar
Una frase quedará en el recuerdo de la familia, grabada a fuego: “Tenemos que luchar por los pobres”, le había dicho Silvia a su abuelo, el 7 de noviembre, cuando éste le ofreció partir junto a Carlos hacia Italia, de donde había venido de visita. La pareja rechazaba así una nueva propuesta para salir del país
Faltaba, entonces, menos de una semana para que Nelly y Elsa Noemí López Mateos fueran secuestradas. Aunque ese hecho no modificará los encuentros familiares de Silvia con sus tías y primas, con Mingo y con sus padres a lo largo de noviembre y de diciembre de 1976.
Y fue justamente en ese mes de diciembre cuando -aunque Silvia no lo sabría porque los ámbitos de militancia de ambas eran completamente diferentes-, su amiga Camila Azar desapareció.
De ese episodio, pocos son los datos que quedarán claros: el sábado 11 de diciembre llamó al Club de los Telefónicos, se contactó con la familia de caseros que había reemplazado a los Isabella Valenzi, y pidió que fueran a buscar a su hermana Stella. Un desencuentro impidió que pudieran hablar para coordinar ir de compras, porque la menor de las hermanas iba a regalarle unas sandalias a Camila para su cumpleaños, el miércoles 16.
Camila Azar no se comunicaría nunca más con su familia, pese a que a la casera del Club le había prometido volver a intentar más tarde la llamada.14
Por esos días se dará una seguidilla de desapariciones de militantes de la Juventud Universitaria Peronista, a la que estaba integrada Camila, como estudiante de Derecho de la UNLP. Aunque según datos recogidos por distintas organizaciones, el promedio que se daba en el país en ese período de 1976 era de unos quince secuestros diarios.
Al cabo de esa semana, el sábado 18, Carlos López Mateos acudió a una cita previamente acordada, en 14 y 67. Eran alrededor de las 11.30 de la mañana, tenía bajo el brazo un envase de leche como se había convenido, pero el contacto no llegaba.
Carlos estaba a punto de marcharse cuando de pronto fue rodeado por tres Falcon, a bordo de los cuales iba un verdadero pelotón de fuerzas de seguridad. Sacó su arma, se enfrentó a los agresores, y arrojó luego la granada que también tenía consigo; pero la superioridad numérica y armamentística de sus enemigos terminó superándolo, y ya sin municiones, recibió un impacto de bala en la cabeza que puso fin a su vida. Había cumplido con su voluntad más íntima, que era la de no entregarse al enemigo, llegada la circunstancia en que debiera optar. Optó, y eligió la muerte, antes de lo que, sabía, podía ser una delación involuntaria, o inducida por la vía medicamentosa.
El cuerpo sin vida fue retirado del lugar por personal uniformado, y nunca se supo su destino.
Silvia, en tanto, se extrañó ante la demora de Carlos pasadas varias horas, pero como ocurría una y otra vez, sistemáticamente en aquellos tiempos, no era capaz de concebir la peor de la hipótesis como la que realmente había tenido lugar.
La noticia de que algo había ocurrido le llegaría cerca del atardecer de ese sábado, cuando quienes debían tener un contacto con su pareja en horas de la tarde le avisaran lo que había ocurrido, aunque sin la precisión respecto de si Carlos había sido herido y detenido, o muerto.
Angustiada, pero tratando de sofrenar su desesperación por no saber qué hacer, Silvia fue a lo de una de sus primas, quien, paradójicamente, celebraba el cumpleaños de su hijo. Juntas recorrieron el trayecto desde allí, hasta diagonal 76 y 19, donde Silvia esperaba encontrar a Carlos, o al menos un mensaje, o algo. No había nada.
De la casa Silvia sólo se llevó lo elemental de entre sus prendas, y los elementos que Carlos le había pedido que, de ocurrirle algo, entregara a un contacto en la ciudad de Quilmes, el que según indicarán versiones después, habría sido un comisario.
Los cuatro días siguientes los pasaría escondida en lo de una tía domiciliada en la calle 45, entre 27 y 28, y partirá el 22 de diciembre a concretar la entrega. A lo largo de la jornada Silvia no volvió a contactarse con ninguno de los miembros de la familia, lo que dejó a todos la certeza de que algo le había ocurrido. La pregunta era: ¿qué?
Nadie sabía dónde buscar, a quién recurrir, qué pensar, más aún cuando por esos días circulaban versiones que indicaban que era la propia organización la que escondía en lugares seguros a quienes perdían el contacto con su entorno.
La búsqueda no tardaría en ponerse en marcha, y Concepción mostrará una decisión y fortaleza poco conocidas hasta entonces para ponerse al frente de ella. Otros miembros de la familia completarán la tarea, como el esposo de una de las primas, albañil en la Jefatura de Policía, que intentaba cotejar si entre los cadáveres que llegaban en los días posteriores a la desaparición podía estar el de Silvia.
A lo largo de tres meses y medio, la familia no tendrá noticias de la chica de veinte años, que cumplirá la mayoría de edad detenida en la Brigada de Investigaciones de Quilmes.



















1-Soldados de Perón, Richard Gillespie, Editorial Grijalbo, 1998.
2-Soldados de Perón, Richard Gillespie, Editorial Grijalbo, 1998.
3-Historia de la Argentina 1966-1976: La caída de Isabel, Crónica – Hyspamérica, Editorial Sarmiento S.A. 1992.
4-Sin embargo, ni en el asecuestro de Saurier ni en la explosión en la casa del decano universitario Carlos había tenido participación. Martínez y Casado no aparecen implicadas en ninguna, y Mércuri en una, mientras que López Mateos y Gallardo en la otra. En ninguno de los casos, en el secuestro del empresario. Las explosiones causaron daños materiales, pero no víctimas, porque tampoco era esa la finalidad.
5-María Segunda Casado Fracchia estaba embaraza de 5 meses cuando fue detenida con su pareja, Pedro Antonio Frías, en la localidad de Hurlingham, el 23 de junio de 1978. Nunca más se supo de ellos, ni del bebé que María esperaba.
6-Soldados de Perón, Richard Gillespie, Editorial Grijalbo, 1998.
7-Soldados de Perón, Richard Gillespie, Editorial Grijalbo, 1998.
8-Soldados de Perón, Richard Gillespie, Editorial Grijalbo, 1998.
9-Bordaberrización: Generalización aplicada a un esquema en el que un presidente civil es colocado como fantoche al frente del Gobierno, pero en realidad son las Fuezas Armadas las que definen la política de un sistema sin Congreso ni partidos políticos. Surge a partir del sistema aplicado en Uruguay en 1973.
10-Todo o nada, María Seoane, Editorial Planeta, 1997.
11-Elsa Noemí López Mateos, conocida como “Mimí” (32 años) se había mudado a La Plata, poco antes, tras casarse, y ese día visitaba a su madre. Ambas mujeres se encuentran aún desaparecidas y sus cuerpos nunca fueron hallados.
12-Isabel Chorobik de Mariani, conocida como “Chicha” fue la primer presidente de Abuelas de Plaza de Mayo, agrupación que nació sin ese nombre, reclamando la restitución de los niños apropiados por las fuerzas armadas.
13-Daniel Mariani no estaba en la casa atacada. Fue abatido un año después, luego de realizar una mudanza, el 1 de agosto de 1977 en 132 y 35. Allí secuestraron a la pareja María Graciela Médici y Roberto Aued. Ambos fueron vistos en el Pozo de Banfield, estando ella embarazada.
14-Camila compartía una pensión con amigas y militantes. Una de ellas, Liliana Pereyra sobrevivió al episodio en el que se presume fue detenida Azar. Un año más tarde, Pereyra fue aprehendida en Mar del Plata, estando embarazada. Alojada en un centro clandestino de detención de esa ciudad, fue llevada a la ESMA para tener su bebé y luego reintegrada a Mar del Plata. Se informó oficialmente después que había sido muerta en un enfrentamiento, lo cual fue desmentido por los exámenes forenses sobre sus restos encontrados en una tumba inscripta como NN de un cementerio marplatense. Su bebé aún no fue hallado.

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