El 2 de abril de 1977, una joven secuestrada por la dictadura militar argentina, que menos de un mes antes había cumplido 21 años, tuvo una hija en el Hospital de Quilmes. La joven fue asesinada algo más de una veintena de días después. Su hija nunca fue encontrada. Sin embargo, la historia estuvo rodeada de un manto de ocultamiento e intriga.

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lunes, 22 de junio de 2009

Capítulo 2 - Nacidos bajo el signo de la proscripción


Cuando canta el gallo negro
es porque que se acaba el día...
Si cantara el gallo rojo,
otro gallo cantaría(...)
Se encontraron en la arena
los dos gallos frente a frente.
El gallo negro era fuerte,
pero el rojo era valiente.
Se miraron a la cara
y atacó el negro primero.
El gallo rojo es valiente,
pero el negro es traicionero
Gallo negro, gallo negro,
gallo negro, te lo advierto:
No se rinde un gallo rojo
más que cuando está ya muerto

Los dos gallos, canción popular española




Capítulo 2
Nacidos bajo el signo de la proscripción




El gobierno peronista
Juan Domingo Perón había llegado a la presidencia de la Nación en 1946, y puesto en marcha un proceso de distribución de la riqueza a favor de las clases hasta entonces más postergadas. Su estrategia política se había iniciado en el momento mismo en que formó parte del golpe militar de 1943.
Ocupando distintos cargos, entre ellos la Secretaría de Trabajo y Previsión, había otorgado notables mejoras a los asalariados, y como consecuencia directa, su poder se incrementó aceleradamente hasta llegar a convertirse en un peligroso enemigo para el propio régimen que lo había llevado hasta allí.
Obligado a dejar su cargo en medio de una crisis que desembocó en la renuncia de todo el gabinete y la convocatoria a elecciones para el 7 de abril del año siguiente, Perón se trasladó el 11 de octubre de 1945 al Delta del Tigre. Dos días más tarde fue detenido y trasladado a la Isla Martín García.
Una multitudinaria manifestación popular que comenzó a movilizarse en la noche del 16 y se incrementó el 17, colmó la Plaza de Mayo, exigiendo la liberación de Perón.
Un año más tarde, imponiéndose con el 52,40 por ciento de los votos al candidato de la Unión Democrática -una alianza de radicales, conservadores, socialistas, comunistas, así como terratenientes y hombres de negocios respaldada por el gobierno de los Estados Unidos-, Perón se convirtió en presidente de los argentinos.
Entre 1946 y 1949, el nivel de vida de la clase obrera siguió en marcado ascenso, y eso, junto al fuerte respaldo dado a la industria en el período, configuraron una trasformación de la Argentina.
Gozando de circunstancias económicas propicias, no sólo por la acumulación de reservas generadas durante el período de la Segunda Guerra Mundial, sino por la postración europea de posguerra, Perón aplicó una política de corte nacionalista: estatizó los ferrocarriles, el gas, el Banco Central, los transportes de Buenos Aires, la navegación fluvial y de ultramar, y la red telefónica. La perspectiva permitiría apreciar que esa política peronista coincidía con la necesidad de Gran Bretaña de eliminar pérdidas en el extranjero, y que, además, en esas “apropiaciones” de los bienes estratégicos se evaporaría el 45 por ciento de las divisas disponibles en reserva.
Pero para los argentinos, la realidad sólo mostraba una economía desbordante, con pleno empleo, y sin inflación, con lo cual los incrementos salariales y las mejoras laborales se traducían directamente en más dinero en el bolsillo. Y esto, a su vez permitía comprar cada vez más cosas porque éstas seguían valiendo lo mismo.
Comenzaron a generalizarse artículos de uso doméstico que la industria liviana fabricaba en grandes cantidades: llegaron las heladeras eléctricas en reemplazo de aquellas viejas refrigeradoras que funcionaban con 10 centavos de hielo, y las cocinas a gas reemplazaron a las “económicas” a leña.
La euforia económica de los primeros años del peronismo contó, además, con una figura que marcó una bisagra en la historia: Eva Duarte, la segunda esposa de Perón, que ocupó un rol protagónico.
Desde la Fundación que llevaba su nombre realizó innumerables campañas de asistencia a los que menos tenían, pero, además, dio un paso fundamental al posibilitar el acceso de las mujeres al voto, un derecho del que carecían hasta entonces, y que pudieron ejercer por primera vez en los comicios de 1951. Perón logró así su segunda presidencia con el 62,49 por ciento del total de los sufragios emitidos.

De Italia a Argentina
El fantasma de una nueva conflagración a escala planetaria impulsaba a muchos a alejarse de la desgarrada Europa de posguerra en la segunda mitad de la década del ’40. Gran parte de ellos encontraban destino en la Argentina, donde la certeza casi incuestionable de un conflicto inminente impulsaba un programa político y económico verdaderamente revolucionario para entonces.
Si bien poco faltaba para que la especulación sobre una posibilidad de una tercera guerra mundial se diluyera, y el modelo empezara a mostrar sus primeras grietas, en el año 1949 el país más austral de América seguía mostrándose como la meca para los sueños de quienes no vislumbraban futuro alguno en sus tierras arrasadas.
El 5 de julio de 1949 un barco dejó en el puerto de Buenos Aires a Alberto Isabella Valenzi, su esposa, Concepción Isabella Valenzi, y los hijos de ambos: Rosaria, de 7 años, y Domingo de 5.
Atrás había quedado el pequeño pueblito de la provincia italiana de Catanzaro, rodeado de montañas y cercano al mar, donde casi todos los habitantes guardaban algún parentesco, lo que hacía que llamaran al lugar “Los Valenzi”.
Alberto y Concepción se habían casado el 13 de abril de 1939, en el mismo año en que, con toda su furia, la Segunda Guerra Mundial estalló; y mientras Italia se debatía en sucesivas contiendas como integrante del Eje, nacieron los primeros hijos del matrimonio.
Rosaria llegó en 1942, cuando su joven madre contaba con apenas 18 años. Domingo nacería en 1944, cuando ya la suerte del país estuviera decidida.
El Gran Consejo del Fascismo había destituido a Benito Mussolini, arrestándolo, y designando en su lugar al mariscal Pietro Badoglio, para que el nuevo gobierno firmara un armisticio con los aliados entre 1943 y 1944, cuando la invasión de Italia ya había comenzado desde el sur, tras el desembarco en Salerno.
Alemania, sin embargo, no toleró el cambio de posición italiano, e inició una embestida contra el país desde la región norte, lo que dejó a la península virtualmente fraccionada en dos. El norte volvió a quedar bajo el dominio de Benito Mussolini hasta el final de la guerra en 1945; mientras que trasladando su sede a Brindisi, el rey y el gobierno pretendieron conducir el país al sur de Nápoles, donde se mantenía la ocupación aliada.
Tras la decisión masiva de respaldar una república constitucional el 2 de junio de 1946 y la firma de los tratados de paz en París, en febrero de 1947, Italia echó mano a lo poco que le había quedado para iniciar la reconstrucción. La tarea no era fácil: había escasez, hambre, desempleo, y muy pocas posibilidades para muchos.
El matrimonio Isabella Valenzi logró que desde la Argentina familiares ya afincados le extendieran el acta de llamada, y entonces se embarcaron en busca de un futuro mejor, en procura de paz y trabajo, y alejándose del fantasma de la guerra que no se había ido del todo de su terruño natal.
El primer hogar argentino de Alberto, su esposa y sus hijos estuvo en el Bernal de 1949, un poblado pequeño y casi rural, que contaba con pocos residentes. Se establecieron en la calle De Pinedo al 200, en la casa del tío paterno de Concepción, que había posibilitado la llegada al país.
Apenas unos meses después, otros familiares afincados en La Plata consiguieron una pequeña vivienda en alquiler para el matrimonio de recién llegados, que se instaló en la calle 57, entre 127 y 128.
Eran todavía buenos tiempos en materia económica, y el empleo abundaba en la Argentina peronista, por lo que Alberto y Concepción tuvieron rápidamente la oportunidad de adquirir un terreno en el 733 de la calle 57, y con un crédito “blando” pudieron levantar la que fue su primera casa propia en el país. Allí se quedarían hasta el año 1967.

La guerra que no fue
No fue sino hasta el año 1952, que Perón desistió finalmente de la hipótesis que había sido uno de los pilares de su modelo de “euforia económica”: Estados Unidos y la Unión Soviética no se enfrentaron abiertamente para dar inicio a una guerra que le permitiera a la Argentina multiplicar nuevamente sus reservas, ni tampoco el conflicto bélico de 1950, en Corea, fue el primer paso de una escalada planetaria.
Las reservas del país comenzaron a agotarse visiblemente para el año 1949, e incluso no se había logrado concretar la inclusión en el Plan Marshall, diseñado por los Estados Unidos, para vender productos a Europa en el marco de su reconstrucción.
Tanto el propio Perón, como Miguel Miranda, el hombre que manejaba la economía, tenían grandes esperanzas en que esa posibilidad se concretara, dando así aire a la complicada situación económica del país. Pero fuera como represalia por el enfrentamiento de Perón con el embajador norteamericano durante la campaña electoral de 1945, o por cualquier otra razón, lo cierto es que Argentina no se contó entre los países que le vendieron dentro del esquema diseñado por los Estados Unidos a Europa, y no llegaron los dólares que el gobierno necesitaba entonces casi desesperadamente.
El Gobierno, que había desarrollado fuertemente sus industrias livianas, no había logrado incentivar la creación de industrias de base: la producción petrolera no había aumentado sustancialmente, ni era significativa la de metales básicos, productos químicos y petroquímicos.
El agro, que había dejado de ser durante el gobierno peronista el sector productivo mimado desde el Estado, respondió con un catastrófico descenso de sus superficies cultivadas en pocos años. Un duro golpe se sumó en 1949 con una prolongadísima sequía que redujo al mínimo los saldos exportables del sector.
La euforia estaba llegando a su fin de manera alarmante e inesperada, y Perón solicitó el alejamiento del hasta entonces hombre fuerte de la economía. Sólo quedaba una alternativa, que debía manejarse con suma cautela, porque de lo contrario se mostraría en clara oposición a lo preconizado en los primeros años de gobierno: atraer capitales extranjeros.
La inflación había nacido, y se sostenía en un persistente 20 por ciento anual, mientras las industrias livianas, favorecidas hasta entonces, marchaban a convertirse en una inoportuna carga si no se lograba poner en marcha la industria pesada.
Dos problemas se presentaron en 1950. Por un lado, los capitales extranjeros que se requerían con urgencia se mostraban reticentes frente a un gobierno que con anterioridad había evidenciado hostilidad hacia el imperialismo.
Al mismo tiempo, la oposición, y en especial la Unión Cívica Radical adoptó una postura más férrea frente a Perón y su política. La actitud del Gobierno se endureció: fue detenido Ricardo Balbín, el principal referente del radicalismo, se modificó la Ley electoral y se instauró el “estado de guerra interno”.
Finalmente, el exhausto tesoro de Buenos Aires debió aceptar un empréstito de 125 millones de dólares que Washington había girado.

Nelly, una mujer audaz
En el seno de una de esas familias pobres que habían logrado vislumbrar un futuro mejor de la mano del peronismo, el 1º de mayo de 1950, Isabel Nelly López de Mateos dio a luz a un hijo al que llamó Carlos Alberto.
Durante el invierno de ese mismo año, apenas tres meses después del nacimiento del pequeño, Nelly se quedó sola. Su esposo abandonó el hogar.
La mujer, que trabajaba como empleada doméstica, no pudo entregarse al dolor. No bajó los brazos, al igual que no lo había hecho antes, cuando la meningitis le había arrebatado a uno de sus hijos.
Amaba a Perón, y especialmente a Eva, la abanderada de los humildes, como todos la llamaban, y confiaba en la política del Gobierno Nacional, pese a que las cosas ya no fueran exactamente iguales a las de los años anteriores. Así y todo, la realidad la superaba, y por eso debió enviar al pequeño Carlos con su abuela, para poder ella misma hacerse cargo de sus otros dos vástagos: Adolfo Luis y Elsa Noemí López Mateos.
Pasarían siete años antes de que Carlos Alberto, hecho ya un chico maduro para su edad y marcado por el dolor y las dificultades que le había tocado atravesar, regresara al hogar de su madre y sus hermanos.
Poco después, casi al terminar la década del ’50, la familia se mudaría a City Bell, a una sencilla casa plantada en la esquina de Sarmiento y Luján.

El golpe del 55
Tras la muerte de Eva Perón, víctima del cáncer, el 26 de julio de 1952, Perón no había logrado mantener sobre las masas el mismo encanto que hasta entonces. Después se fueron haciendo más visibles, aún, los efectos de la crisis, y llegó la pelea con la Iglesia, que terminó de tensar los ánimos y marcar dos posiciones más hondamente divididas que nunca en el país desde 1945.
El 16 de junio de 1955, la Plaza de Mayo fue bombardeada por aviones de la Marina de Guerra que pretendían asesinar a Perón, pero que terminaron en cambio con la vida de decenas de civiles. Era, a partir de entonces, cuestión de tiempo. Y ese tiempo llegó tres meses después.
El 16 de septiembre el general retirado Eduardo Lonardi dirigió desde la provincia de Córdoba un levantamiento militar que se extendió a otras ciudades, y que tuvo un importante eco en Buenos Aires. Era el final de la era peronista, que para muchos podía presagiarse.
Cuando el contralmirante Isaac Francisco Rojas, responsable de la Marina amenazó con volar la destilería de La Plata y la dársena de inflamables de Dock Sud, todo estuvo terminado.
Juan Domingo Perón, que no había accedido al pedido de sus allegados de armar al pueblo para que lo defendiera, ofreció su renuncia el día 19 y se refugió en la embajada del Paraguay, primero, y en una cañonera de esa bandera, después, para partir más tarde rumbo a Asunción.
El 23, Lonardi asumió como presidente provisional de la Nación de la autodenominada Revolución Libertadora, designando a Rojas como vicepresidente.
Bajo el lema: “Ni vencedores, ni vencidos”, el presidente de facto se planteó un esquema conciliador hacia toda la sociedad, que finalmente no podrá llevar a la práctica, porque un golpe palaciego lo destituyó el 4 de noviembre, apenas a cincuenta de días de estar en el cargo.
Lonardi fue reemplazado por Aramburu, feroz antiperonista, que inició una verdadera “caza de brujas”: el partido Peronista fue declarado ilegal y sus pertenencias fueron incautadas pocos días después. Se llegó al extremo de prohibir toda publicación con el nombre de Perón, o cualquier símbolo, palabra o imagen que tuviera relación con su movimiento.
Con una purga que incluyó al ámbito sindical, con la intervención de la Confederación General del Trabajo (CGT), la Revolución Libertadora declaró ineptos para ocupar cargos públicos a todos aquellos que hubieran desempeñado puestos electivos o por nombramiento en el régimen depuesto.
Hubo detenciones en masa, no sólo de obreros, sino también de ex miembros de la estructura gubernamental, e incluso, el gobierno de Aramburu avanzó sobre lo que consideraba las “simbologías peronistas”, expatriando el cadáver de Eva Perón, sin que se conociera a ciencia cierta el destino que se le había dado.
Los medios de comunicación, que desde 1947 habían sido adquiridos por el Estado, fueron devueltos a sus antiguos propietarios, en algunos casos, o cedidos a nuevos dueños, tal como ocurrió con el diario El Día, de La Plata, que dejó de ser de propiedad sindical como hasta entonces, y pasó a manos del empresario David Kraiselburd.
Pero donde más impacto tuvo el nuevo gobierno dictatorial fue sobre los derechos de los obreros, y también sobre sus bolsillos.
En el primero de los casos, y avanzando por encima de los controles a los gremios y demás expresiones sindicales, la Revolución Libertadora estableció, por decreto de abril de 1956, el regreso a la Constitución del año 1853, considerando que la reforma de 1949 era nula por haberse implementado con el solo objeto de permitir la reelección de Perón.
Claro que no tardaron en alzarse voces de denuncia, asegurando que el desconocimiento del texto de la Carta Magna de 1949 apuntaba claramente a eliminar los “Derechos del Trabajador” que allí se habían plasmado por primera vez en la Constitución, así como el “artículo 40”.
Un informe de Raúl Prebisch, el nuevo conductor de los destinos económicos de la Argentina post-Perón, señalaba que “el estatismo, el nacionalismo y los intentos autarquizantes de la era justicialista eran los causantes de un fracaso que había dilapidado las reservas de oro y divisas, retrasado la producción agropecuaria, creando una industria artificial, y agravando la obsolescencia de la infraestructura de transportes y comunicaciones y que, en definitiva, legaba un panorama trágico cuya solución era el retorno a las leyes clásicas de la economía”1.
Atacados permanentemente, los peronistas proscritos y sin canales de difusión a través de los cuales defenderse, comenzaron a gestar la que sería vista, después, como la primera de sus etapas de resistencia organizada, de la mano del ex legislador peronista John William Cooke, y que cristalizaría a lo largo de la dictadura y hasta 1959 en huelgas, principalmente, y en menor medida, en desórdenes en operaciones relámpago para repartir volantes.
Fue durante esos años cuando el peronismo adquirió su “ala izquierda”.

El alzamiento de Valle
El 8 de junio de 1956, la policía procedió a la detención de cientos de militantes gremiales peronistas a fin de desalentar la participación obrera en masa en los movimientos planeados por un grupo de rebeldes acaudillados por el general Juan José Valle.
Los rebeldes iniciaron el levantamiento entre las 23 y la medianoche del sábado 9 de junio, logrando el control del Regimiento VII de Infantería de La Plata, y la posesión temporaria de radioemisoras en varias ciudades del interior. Pero la acción represiva del gobierno, que ya conocía los planes de los alzados, sofocaría el levantamiento al día siguiente.
Veintisiete personas (dieciocho militares y nueve civiles) serían fusiladas. Algunos de ellos, en forma clandestina y sin proceso alguno, mediante la aplicación retroactiva de la ley marcial, en un basural de José León Suárez. El 12 de junio, fue el turno del líder de la revuelta, el general Valle.
Y fueron justamente los veintisiete fusilamientos, y no la caída en combate de siete de los rebeldes durante los enfrentamientos en las primeras horas del alzamiento, lo que enfurecería a los peronistas.
El Gobierno recibió el impacto de la oleada de descontento desatada en gran parte de la población a partir de esos hechos, y en el mes de octubre de 1956 lanzó una convocatoria a elecciones para conformar una Asamblea Constituyente.
En los comicios del 28 de julio de 1957 la UCR del Pueblo y los sectores más ligados al gobierno lograron 120 bancas, contra 85 de los reformistas.

La niña mimada
La hija que Alberto y Concepción ya esperaban cuando la Revolución Libertadora derrocó a Perón llegó al mundo el 11 de marzo de 1956 en la Maternidad de La Plata, de 69 y 115.
Domingo contaba ya 12 años, y Rosa, 14; quizá por eso vio en la recién nacida, a la que sus padres llamaron Silvia Mabel, más que a una hermana. El tiempo y las obligaciones de Concepción se encargarían de que en los años siguientes, el rol de la adolescente se tornara casi maternal.
El Frigorífico Swift, que había sido el primer trabajo de Concepción, fue el que Alberto mantuvo hasta jubilarse, después de dejar el corralón de maderas Artola, de 7 y 65, en La Plata. Su esposa pasó, entonces, a la pródiga fábrica Alpargatas, ubicada en los límites entre Berazategui y Florencio Varela.
El primer año de la bebé, que creció rodeada de atenciones y afectos, transcurrió con normalidad, como el de cualquier pequeño de su edad. Y fue recién cuando Silvia intentó dar sus primeros pasos, que los padres comenzaron a notar que algo no estaba bien: la chiquita se caía, no lograba mantener el equilibrio sobre sus pequeñas piernas.
El diagnóstico lo hicieron los médicos del Hospital de Niños de La Plata y fue inapelable: había nacido con luxación de la cadera izquierda, y a menos que se tomaran medidas, no podría caminar.
El primer intento fue el de colocarle un yeso para forzar la corrección de los huesos, evitando así recurrir a una intervención quirúrgica; pero pese a que lo llevó por algunos meses, no produjo el resultado esperado.
La operación, que se había hecho ya inevitable, fue practicada cuando la pequeña contaba con apenas dos años: se le colocaron clavos y plaquetas, que un largo tiempo después, y con otra operación mediante, le fueron retirados.
La situación que le tocó vivir hasta los cuatros años, hizo que Silvia recibiera cuidados extremos y mimos en abundancia, no sólo de la hermana que la tenía a su cuidado, o de la tía abuela que vivía con ellas, sino de toda la familia que se compadecía del problema de la niña. A partir de allí comenzó a moldearse su carácter: un poco caprichoso, un poco aniñado, un poco arrebatado.
La conducta poco se modificó, aunque cuando cumplió los cuatro años el problema de caderas de Silvia había sido resuelto por completo. Ella llegó a ser tan consentida, que incluso, con tal de hacerla comer, Rosa la seguía hasta la casa de la vecina con el plato de comida en una mano y el tenedor en la otra.
En el mismo barrio de Villa Argüello donde estaba el hogar familiar, Silvia cursaría el único año de jardín de infantes que la recuperación de la cadera luxada le permitiría realizar, en el edificio de 126 y 60.
Para cuando la chica empezó, después, la educación primaria en la Escuela Nº 8, de 64 y 125, su hermana Rosa ya tenía veinte años, y llevaba casi dos años de casada.
En el país se habían dado cambios enormes en todo el tiempo que la vida familiar giró en torno de la salud de la más chica.

La UCRI al gobierno, con el apoyo de Perón
Pese a las airadas declaraciones sobre la libertad reinante, la democracia y los grandes principios que pregonaba defender la gestión de Aramburu, en 1957 nada lograba disimular el atascamiento político y el fiasco económico de los primeros dos años de gobierno.
La Revolución Libertadora había “aumentado los quebrantos comerciales el ciento por ciento con respecto a 1956, y a los empresarios nacionales no les fue mejor que a los obreros. Mientras que la estabilización monetaria fue transitoria, por estar asentada en la contracción forzada de la demanda, subsistían las causas de inflación, que pasó de una tasa del 12,3 por ciento en 1955 al 24,7 por ciento en 1957”2.
Cuando cada vez parecía más preciso convocar a elecciones, dos hechos dados en el seno de las Fuerzas Armadas dejaron en claro cuál era la política de Aramburu, y su gobierno, que contaba con el férreo apoyo de la Marina: el primero fue el planteo de la Fuerza Aérea, en reclamo de la convocatoria a comicios para devolver el poder a un gobierno civil.
El segundo fue una revelación periodística, acompañada con cartas del contralmirante Rial, en las que éste hacía referencia a la maniobra desplegada desde la Revolución Libertadora para obstaculizar la acción política de Arturo Frondizi.
Ambos episodios contribuirían a acelerar los tiempos, y entonces Aramburu finalmente anunciaría que el 23 de febrero del año siguiente, 1958, se celebrarían elecciones.
A partir de enero comenzaron las negociaciones entre la UCRI y el exiliado Perón, donde acordarían, finalmente, que de imponerse Frondizi, éste levantaría las medidas de excepción tomadas contra los peronistas, restablecería en un plazo de 90 días las conquistas en el plano social, económico y político, y retrotraería la situación de los sindicatos y la CGT a la que existía en 1955, antes del golpe militar. Finalmente, el nuevo gobierno abriría la vía electoral para el Justicialismo.
Mediante una conferencia de prensa en Santo Domingo, capital de la República Dominicana, Juan Domingo Perón llamó a sus huestes a sufragar a favor de la UCRI.
La fórmula Arturo Frondizi-Alejandro Gómez se llevaría todas las gobernaciones de provincia, el total de los escaños del Senado, y 133 bancas de Diputados, contra 52 de la UCR del Pueblo, así como un triunfo electoral con el 44,79 por ciento de los votos.
Pese a las presiones para desconocer el resultado electoral, Aramburu entregó el poder el 1º de mayo de 1958 a su sucesor, y éste, en recompensa por la decisiva ayuda que prestaron en las elecciones, otorgaría a los peronistas una amnistía general, la posibilidad concreta de reorganizar el movimiento obrero a nivel nacional de la mano de una nueva Ley de Asociaciones Profesionales, e incluso, mejoras salariales del 60 por ciento.
Sin embargo, algunas otras promesas hechas por el “desarrollista” al exiliado Perón para ganar el respaldo de sus huestes, serían de más lento cumplimiento, o por el contrario, jamás llegarían a cristalizar. Un caso emblemático fue la normalización de la Confederación General del Trabajo (CGT), intervenida por la Revolución Libertadora en 1955, y que no se daría sino hasta 1961, tres años después de la llegada del radicalismo al poder.
La crisis se fue instalando lenta y silenciosa, pero también implacable: en 1963, los salarios serían un 15 por ciento más bajos que en 1958, y la participación de los sueldos y salarios en el producto nacional bruto argentino, en comparación con los rendimientos de capital, descendería en varios puntos entre el derrocamiento de Perón y su futuro regreso a la presidencia a comienzos de la década del ’70.
Frondizi rápidamente renegó de sus afirmaciones preelectorales de nacionalismo, y firmó contratos con ocho compañías petroleras extranjeras, en tanto que en 1959 desnacionalizó el Frigorífico Lisandro de la Torre, desatando un intento de “huelga general revolucionaria” convocado por John William Cooke.
El peronismo, aún proscrito, volvía a desafiar al poder en demanda de legalidad, pero denunciando lo que consideraba una política antiobrera y pro-imperialista. Se desataron importantes huelgas, y algunas de las actividades de resistencia se tornaron violentas.
La UCRI escuchó las sugerencias militares y declaró el estado de sitio en 1959, para un año más tarde poner en marcha el plan Conintes (Conmoción Interna del Estado), que declaró zonas militares a Berisso, La Plata y Ensenada, permitió someter a jurisdicción militar a los acusados de terrorismo, y se tradujo al mismo tiempo en detenciones masivas de huelguista e intervenciones de sindicatos.
Frondizi navegaba entre dos fuegos: por un lado, los planteos militares eran incesantes, a tal punto que poco más tarde, cuando fuera derrocado el 29 de marzo de 1962, habría sumado 34 en total. Por otro lado, desde el arco político de la oposición casi en su totalidad, e incluso por parte del propio Aramburu, se exigía al Gobierno la legalización del peronismo; aunque quedaba claro que sin otorgar la posibilidad a Perón de retornar al país.

Vientos de cambio desde el Caribe
Cuando el 1º de enero de 1959 la Revolución liderada por Fidel Castro, el también cubano Camilo Cienfuegos y el argentino Ernesto “Che” Guevara logró el control total de la isla caribeña de Cuba, y la expulsión definitiva del gobierno de Fulgencio Batista, en Argentina fueron los miembros encolumnados detrás de la Revolución Libertadora los que saludaron el triunfo rebelde.
De la misma manera que lo habían palpitado en cada una de sus instancias, el levantamiento castrista era para los más acérrimos antiperonistas una réplica caribeña de la asonada con que habían derribado del poder al peronismo en 1955. E incluso, llegaron a equiparar a Perón con Batista, considerándolos dos tiranos de la misma estatura.
Paradójicamente, la masa peronista se mostró escéptica con el triunfo de la guerrilla cubana, incluso en la opinión de los referentes de su ala más izquierdista, como Cooke.
Rápidamente cambiaría el tablero, poco después, cuando en 1962 el gobierno cubano se declarara socialista.
Sin duda, lo ocurrido en Cuba, sumado a la revolución cultural China en marcha, que llevaría al gobierno de ese país a romper con la Unión Soviética, la creciente concientización de la clase obrera a través de sus luchas constantes contra los atropellos a sus derechos y la proscripción del peronismo confluirían para perfilar una nueva conciencia política en la Argentina.
Y si bien faltaban entonces varios años para que, sobre el final de la década de los ’60, se produjera una explosión social en demanda de un nuevo orden político y social, los primeros bosquejos comenzaban a delinearse.
A mediados de los años sesenta Perón reformularía su Tercera Posición (equidistante de los imperialismos: el de la Unión Soviética y el de Estados Unidos), para asociarla con las luchas de liberación contra el colonialismo y el neocolonialismo del tercer mundo.
Pero ya entre 1959 y 1960, la influencia cubana se dejó sentir con la formación de un foco guerrillero en los montes enclavados en los límites entre las provincias de Tucumán y Santiago del Estero, conocido como Uturuncos.

El fracaso de la legalidad
Cuando las presiones para legalizar al peronismo se habían tornado demasiado fuertes, Frondizi autorizó a los peronistas a participar en la contienda electoral de 1962, para elegir gobernadores provinciales.
Creyó ver en los pedidos emanados de todo el arco político el respaldo que creía necesario para doblar el estado de ánimo en contrario de las Fuerzas Armadas. Pero el éxito de los hasta entonces proscritos en los comicios fue demasiado abrumador como para que los inquietos jefes militares se mostraran dispuestos a autorizar la ratificación de los resultados arrojados por las urnas el 19 de marzo de 1962.
La UCRI se quedó con diez provincias y la Capital Federal, pero cuatro fueron para los “neoperonistas”, ligados al líder exiliado pero no oficialmente, que también se habían impuesto, en cierta forma, en Jujuy, tras apoyar a un candidato cristianodemócrata.
Oficialmente, el peronismo como tal había logrado cinco gobernaciones, incluida Buenos Aires, la más importante del país, donde había sido electo Andrés Framini. Y fue justamente para esa campaña electoral donde Adolfo Luis López Mateos comenzó a meterse en la militancia activa, con tan sólo 13 años.
Apenas diez días después de las elecciones, un nuevo alzamiento militar puso fin al gobierno democrático, y fue designado el civil José María Guido, como presidente provisional veinticuatro horas más tarde.

Azules y Colorados
Tensiones latentes entre las dos facciones internas del Ejército no tardaron en hacerse manifiestas, y eclosionaron en abril de ese mismo año, con un enfrentamiento entre ambos sectores: los denominados “Colorados”, liderados por el general Guillermo Toranzo Montero, y los “Azules”, donde ya se percibía la figura del general Juan Carlos Onganía.
En el mes de septiembre triunfaron los “Azules”, quienes se oponían en lo inmediato a que los militares se hicieran cargo del gobierno, pero al igual que sus pares de la facción colorada, eran firmes antiperonistas.
Por entonces, desde Estados Unidos se definía una nueva política hacia América Latina, que buscaba orientar a las Fuerzas Armadas nacionales a velar por los intereses “occidentales y cristianos”, y en contra del avance del comunismo internacional, que en el contexto de la “Guerra Fría”, y siempre según el discurso exportado por la principal potencia del norte, buscaba hacer pie en países del Tercer Mundo.
Puertas adentro del país, el triunfo de los “Azules”, marcó el camino hacia nuevas elecciones, y entonces los partidos políticos comenzaron a prepararse. Se barajó la posibilidad de un frente “nacional y popular”, al que aspiraban la Democracia Cristiana, la UCRI, los conservadores, y la Unidad Popular, nombre que habían elegido algunos referentes del peronismo para la construcción de una alternativa política.
Los “Colorados”, que eran clara mayoría dentro de la Armada, no vieron con buenos ojos la posibilidad de una participación peronista en los comicios, e incluso en un posible nuevo gobierno, por lo que en abril de 1963 se sublevaron. El resultado fue la proscripción, pese a que la intentona fue sofocada sin inconvenientes por el gobierno y las fuerzas leales. Ante ese estado de cosas, Perón, ya exiliado en Madrid, donde permanecería hasta su retorno al país, llamó a sus huestes a sufragar en blanco.

Un hombre que carecía de respaldo popular
Arturo Humberto Illia, candidato por la Unión Cívica Radical del Pueblo, fue elegido presidente con el 25,2 por ciento de los votos, menos del porcentaje logrado por los votos emitidos en blanco.
Poco después, en marzo de 1964, fue desmantelado en la provincia de Salta y por tropas de la Policía Federal, el Ejército Guerrillero de los Pobres, un intento de foco revolucionario impulsado por el periodista Ricardo Masetti, y apoyado por combatientes cubanos, del que se dirá, mucho después, que fue una avanzada para apoyar el que luego será el proyecto revolucionario de Ernesto “Che” Guevara en Bolivia.
La CGT, liderada por Augusto Timoteo Vandor, apodado “el Lobo”, declaró rápidamente la ilegitimidad del gobierno, y se lanzó en el primer trimestre del año 1964 a una intensa campaña de boicot, que incluyó manifestaciones, miles de actos de sabotaje, ocupaciones de fábricas. La mayoría de los peronistas, sumada activamente o no a la convocatoria que endurecía su postura general en reclamo del retorno de Perón, comenzaba a vislumbrar que la lucha y la acción directa serían la única forma de recuperar el estado de cosas que los militares le habían quitado a la masa trabajadora en 1955.
Pero no pasaría demasiado tiempo hasta que quedara claro que la intención de Vandor no era la de forzar el retorno del viejo líder exiliado, sino la de ocupar su lugar. Por eso, desde Madrid, Perón comenzó a desplegar una suerte de “juego pendular”, como se lo denominará andando el tiempo, y que se prolongará a lo largo de toda la década del ’60 y comienzos de la del ’70.
En agosto de 1964, un congreso con dos mil asistentes dio nacimiento al Movimiento Revolucionario Peronista (MRP), que no sería, como muchos creyeron, la opción definitiva de Perón por el ala izquierda del peronismo. Todo lo que quería el líder era reencauzar a los rebeldes y dejar en claro quién comandaba al Movimiento Peronista, estando o no en el país. Y cuando los vandoristas volaron a Madrid a hacer las paces con su conductor, el MRP fue desmantelado.
Algo similar ocurrirá en 1965, cuando aliente la creación de las 62 De Pie Junto a Perón, liderada por José Alonso, para oponerse a las 62 Organizaciones peronistas, dominadas por los vandoristas.
Y nuevamente en 1968, cuando Perón fomente el surgimiento, en el mes de marzo, de la CGT de los Argentinos, recibiendo a su futuro líder, Raimundo Ongaro, en Madrid. Tras escuchar los vandoristas las advertencias necesarias, nuevamente llegó la orden de desmantelamiento, a finales del mismo año, propiciando una reunificación de la CGT, aunque esta no se concretaría hasta 1970, algunos meses después del asesinato de Vandor por parte de una agrupación guerrillera de poco relieve en lo sucesivo.

Leales a Perón
Los Isabella Valenzi y los López Mateos no se conocían todavía por entonces, y no será sino hasta que las dos familias estén instaladas en City Bell, sobre el final de la década, cuando comience el trato entre ellas. Sin embargo, ya entonces, e incluso desde muchos años antes, tenían algo en común: su simpatía por el peronismo y su líder.
Concepción y Alberto, que por su condición de ciudadanos italianos estaban imposibilitados de sufragar, no podían sentir otra cosa que agradecimiento hacia el presidente exiliado, dado que fue gracias a los créditos conseguidos durante su gobierno que habían logrado el sueño de la casa propia en el país, apenas poco tiempo después de haber llegado.
Los tres hermanos López Mateos, en cambio, recibieron de su madre, y como la más básica de las lecciones, que desde que el gobierno peronista había sido depuesto, ningún otro había logrado reproducir las condiciones alcanzadas por el pueblo durante la década en que Perón había ostentado el poder.
Dirá Luis muchos años después, que Nelly les enseñó “a ser buenos peronistas”.
Esa simpatía política compartida se manifestará sobre el final de la década como un factor que contribuirá a unir a las familias en un entramado de relaciones, cuando Rosa se convierta en la peluquera del barrio y cuente entre sus clientas a Nelly, o cuando Carlos y Luis trabajen codo a codo con el esposo de Rosa en la que fue la primera Unidad Básica abierta en el barrio, cuando el funcionamiento de los partidos políticos vuelva a ser autorizado a comienzos de los ’70.

Mayor aislamiento
En diciembre de 1964 Perón fue detenido en Brasil a bordo del llamado “avión negro” cuando intentaba regresar al país. Y ese episodio contribuyó a ahondar más aún la sensación de aislamiento que rodeaba al gobierno de Illia, percibido por los observadores políticos como profundamente debilitado.
Las presiones llovían sobre el veterano presidente radical, que se mostraba respetuoso de las libertades individuales, como quizá pocos de sus antecesores lo habían sido. Atreverse a revisar los contratos petroleros firmados por Frondizi, y meterse en la pulseada con los laboratorios farmacéuticos de capitales transnacionales en busca de una alternativa a la ley de patentes fueron dos episodios que le costarían el gobierno.
A eso se sumó, sobre finales de 1965, el pase a retiro del teniente general Juan Carlos Onganía como comandante en jefe del Ejército, a consecuencia de las reiteradas pretensiones de influir sobre la gestión.
Un nuevo golpe militar estaba en marcha.


































1-“Historia de la Argentina 1955-1966: Los debates postergados”, Crónica – Hyspamérica, Editorial Sarmiento S.A. 1992.
2-“Libertadores y desarrollistas”, Isidro Odena, Ediciones La Bastilla, Buenos Aires, 1977.

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