El 2 de abril de 1977, una joven secuestrada por la dictadura militar argentina, que menos de un mes antes había cumplido 21 años, tuvo una hija en el Hospital de Quilmes. La joven fue asesinada algo más de una veintena de días después. Su hija nunca fue encontrada. Sin embargo, la historia estuvo rodeada de un manto de ocultamiento e intriga.

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lunes, 22 de junio de 2009

Capítulo 4 - El tercer Gobierno de Perón

Capítulo 4
El tercer gobierno de Perón



Cámpora al Gobierno
Después de que se impusiera cómodamente en los comicios del 11 de marzo de 1973 la fórmula Cámpora-Solano Lima del Frente Justicialista de Liberación Nacional, el país debería transitar por un ajetreado período hasta que la asunción del nuevo presidente constitucional se concretara.
A veinticuatro horas del triunfo en los comicios, Perón planteó desde Madrid: “Al desaparecer su causa, desaparecerá la guerrilla”, en un claro mensaje a las “formaciones especiales” que había alentado hasta entonces.
Sin embargo, el pico de mayor tensión en el período de transición estuvo dado en el mes de abril, cuando todas las agrupaciones revolucionarias realizaron acciones tendientes a dejar en claro a la dictadura saliente que no estaban dispuestas a tolerar una inesperada reacción que evitara la llegada del tercer gobierno peronista al poder.
Finalmente, el viernes 25 de mayo, Héctor Cámpora tomó posesión de su cargo en una jornada de fiesta popular, donde incluso la Juventud Peronista fue la encargada de garantizar la seguridad en la Plaza de Mayo, la Plaza de los Dos Congresos, y la Avenida de Mayo, que unía a ambas.
“Se va, se van, y nunca volverán” se oía entonar a la multitud, mientras que se les impedía a los militares realizar los ritos que habían preparado para la ocasión. Y gigantescos estandartes de FAR y Montoneros decoraban la Plaza de Mayo, junto a las banderas rojinegras de la JP.
En esa misma jornada, los presos políticos alojados en la cárcel de Villa Devoto fueron liberados, mediante una amnistía que rápidamente se avendría a ratificar el Congreso. La euforia era total, pero las diferencias entre las agrupaciones peronistas y las guevaristas comenzarían a marcarse cada vez más claramente a partir de entonces. Sin embargo, no podrían socavar las ilusiones puestas en Perón por la mayoría de los argentinos, las cuales se disiparían por si solas un año más tarde cuando los aparentes éxitos económicos de los primeros doce meses de gobierno se diluyeran.
Los 49 días que Cámpora permanecerá en el Gobierno permitirán, al menos, evidenciar la compleja composición del peronismo, no sólo a través de la conformación de su gabinete, donde convivían representantes de la izquierda, del empresariado nacional, y del sindicalismo, así como de la más rancia derecha. La diversificación de las relaciones diplomáticas del nuevo gobierno con países comunistas, será otro de los datos. Claro que las promesas preelectorales de reforma agraria, nacionalización de los depósitos bancarios y del comercio exterior, o la socialización de la economía mediante la incautación estatal de empresas monopólicas no llegarían a concretarse.

Somos apolíticas
No era una fiesta propiamente dicha, sino más vale un encuentro familiar, pero los dos hechos coincidían ese 11 de marzo: Silvia cumplía los 17 años, y Cámpora lograba el triunfo electoral, con una diferencia contundente sobre el resto de los candidatos.
El clima no podía ser otro que el de algarabía en aquella familia peronista por sentimiento, más que vocación electoral, donde, además, Jorge Sánchez, el marido de Rosa, exhibía un alto grado de compromiso militante, desplegado a lo largo de la campaña preelectoral del peronismo.
Ajena totalmente a ese clima, Silvia charlaba con Camila, y comentaba lo surrealista que la escena se presentaba a sus ojos. Llegó, entonces, un momento en que ninguna de las dos pudo evitar soltar la carcajada, mientras que los demás derrochaban una bulliciosa alegría.
-¿De qué se ríen? –debe haber preguntado alguien.
-De ustedes –es probable que se haya despachado Silvia, con la cándida irreverencia que la caracterizaba, para asegurar después: -Nosotras somos apolíticas.
Los López Mateos también festejaban, y es que ellos también habían hecho lo suyo, no sólo para lograr arrancarle a la dictadura de Lanusse el compromiso de llamar a elecciones, sino para la campaña que llevó al “Tío”1 a la presidencia.
Los dos varones eran los más comprometidos y habían participado activamente en el trabajo en el barrio. Aunque en especial Carlos había alcanzado un nivel de madurez y compromiso, a sus casi 23 años, que asombraba a su propio hermano.
Luis no podía dejar de admirar la constancia del más chico, al que consideraba ya entonces “un tipo brillante en todos los aspectos, pero en especial en lo político”.2
A los ojos de su hermano, Carlos tenía algo que era imprescindible en todo aquel que quisiera un cambio en la sociedad hacia un modelo más equitativo, como el socialismo nacional que, estaba convencido, el tercer gobierno peronista traería: había cambiado él primero.
Carlos no daba el ejemplo, era ejemplo para los demás por una convicción enraizada en lo más íntimo de su ser. Su militancia tenía lugar de lunes a lunes, y quien lo necesitara podía encontrarlo para lo que fuera: colaborar con un comedor, hacer zanjas, o levantar una casa, que eran, en general, las tareas que, además, realizaban otros miembros de la Juventud Peronista por entonces.
Estudiaba, trabajaba, y ayudaba, las tres cosas por igual, dejando tiempo para militar, aunque la militancia la realizara en todas las actividades de su vida, con el convencimiento de que las teorías políticas debían multiplicarse en la práctica.
Luis ya por entonces no podía dejar de sorprenderse, y prefería, incluso, tomarse a risa las críticas de su hermano menor.
-Vos tenés un déficit ideológico –le decía Carlos, cuando Luis le dedicaba tiempo a lo que él mismo consideraba como “un poco de vagancia”.

En la legalidad
La agrupación Montoneros debía adaptarse a la legalidad en que tendría que moverse a partir de la llegada del peronismo al Gobierno, dado que ése había sido el principal motivo de su lucha, en el marco de su esquema para alcanzar un “socialismo por etapas”.
Fue entonces que se hizo necesario a la organización crear una serie de agrupaciones de masas que se adaptaran a cada una de las necesidades reinantes, y que se conocerán como “organizaciones de superficie”: La Juventud Universitaria Peronista (JUP) orientada a las universidades, la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) para el trabajo en el nivel medio de la enseñanza, la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) una alternativa al sindicalismo ortodoxo dentro del movimiento peronista, el Movimiento de Villeros Peronistas (MVP), la Agrupación Evita, de la Rama Femenina, y el Movimiento de Inquilinos Peronistas, que en conjunto, y sumadas a la Juventud Peronista, dividida en regiones y abocada al trabajo en los barrios, conformarán lo que se conocería como la Tendencia Revolucionaria del Movimiento peronista.
Poco después se presentará la primera oportunidad de peso para que la Tendencia mida fuerzas con el otro sector fuerte del Movimiento: los sindicatos. La ocasión estará dada en el marco de la campaña presidencial de Juan Domingo Perón, el 31 de agosto de 1973. Ambos sectores desfilarán frente al palco ocupado por el viejo líder.
162 minutos demandará a las organizaciones de la izquierda peronista la recorrida, tres menos que los que requirieron las agrupaciones sindicales. La diferencia, sin embargo, radicará en que mientras los primeros decidieron su participación apenas cuarenta y ocho horas antes del acto, los segundos necesitaron un mes de organización y una inversión de 300 mil dólares.3
“Como 'movimientistas', los montoneros aún dependían de que Perón y su movimiento fueran verdaderamente revolucionarios, pues sus medios de avance político –una purga de los “burócratas” y “traidores” del Movimiento, y su rejuvenecimiento generacional, tal como lo había prometido Perón- eran pasos que ellos podían reclamar, pero no conseguir por cuenta propia”.4
Lo que para muchos, incluso dentro del Movimiento ya era visible en 1973, no terminará de quedar claro para las agrupaciones de izquierda del peronismo sino hasta un año más tarde: Perón había usado a sus “formaciones especiales” para lograr doblegar a la dictadura, posibilitar su retorno al país, y su acceso nuevamente al poder. Tras el 11 de marzo, ya no le eran funcionales, y manifestaría una y otra vez su desprecio, pero el mensaje no llegará con toda su vehemencia sino hasta el 1º de mayo de 1974.

Ezeiza
El 20 de junio de 1973 fue la fecha elegida para el retorno definitivo de Juan Domingo Perón al país, y para recibirlo, en las inmediaciones del aeropuerto internacional de Ezeiza se montó un palco donde se esperaba que el General hablara a la multitud presente.
Si bien el despliegue de seguridad había sido de proporciones, la derecha peronista monopolizó la organización en la zona de la tribuna, y allí se preparó para recibir a las agrupaciones de la Tendencia a punta de fusil.
Las columnas que marchaban tras las banderas de FAR y de Montoneros fueron atacadas con armas de fuego cuando se acercaban al palco, y la jornada terminó con un saldo sangriento: aunque nunca se conocieron los datos finales, se mencionó la muerte de 25 personas, mientras que se dijo que más de 400 recibieron heridas de distinta consideración.
Carlos, como uno de los responsables de la Columna de la Juventud Peronista de La Plata, estaba entre los pocos que llevaban armas cortas consigo, haciéndose eco de la premisa de los propios organizadores de la participación de la Tendencia en la histórica jornada.
Luis, que lo acompañaba, fue el primero en percibir que, desde su puesto, uno de los francotiradores que formaban parte del “comité de recepción” de la fracción más reaccionaria del peronismo les apuntaba. No lo dudó: tomó a su hermano de la cabeza y lo arrojó al suelo.
La reacción de Carlos no se hizo esperar tampoco, y lanzó una ráfaga de insultos, porque cubriéndolo con su cuerpo como estaba, Luis no le permitía sacar el arma y defenderse. Sin embargo, así permanecerían hasta terminado el primer tiroteo.
El mayor de los López Mateos había visto a otro de los militantes presentes caer al suelo tras recibir un impacto de bala en la pierna, y no vaciló en proteger a su hermano. Después habría tiempo de reflexionar y darse cuenta que no había tenido la reacción propia de un “compañero”, y sí la de un padre.
Lo cierto es que él, inconscientemente, no podía dejar de ver a su hermano menor, aunque la diferencia fuera de apenas cuatro años, como un chico.
Luis había sido prácticamente el encargado de criar a ese hermano, que era entonces para él una confusa mezcla de hijo y compañero de militancia, y del que pese a ser el menor de los dos, constantemente le estaba dejando enseñanzas que le quedarían luego grabadas toda la vida.
Carlos era pura convicción, un despliegue de férrea voluntad para defender sus valores, pero al mismo tiempo, un ser de un amor inconmensurable. Una combinación de muchos pequeños detalles que hacía que su madre y sus hermanos lo tuvieran como el mimado de la familia.
En el verdadero “campo de batalla” en que se habían transformado los bosques de Ezeiza próximos al palco oficial, la semilla de muchas reflexiones que haría después comenzó a germinar dentro de Luis.
En lo demás, la jornada fue un desastre absoluto, y quedó a una distancia abismal de la fiesta que el peronismo en pleno pensaba concretar, para recibir a su líder exiliado que volvía al país tras casi dos décadas de ausencia.
Finalmente, el avión en que Perón retornaba fue desviado a raíz de los incidentes, y al atardecer aterrizó en la base aérea militar de Morón. Cerca de un millón de personas que habían ido a recibir al líder tras su largo exilio, fueron parte de la desbandada.
El presidente Cámpora, que ya había recibido una dura reprimenda en Madrid, cuando fue a buscar a Perón para acompañarlo en el viaje de retorno, por “haberse dejado influenciar por elementos de izquierda”, transitaría en lo sucesivo un deslucido Gobierno. Ya en Argentina, Perón comenzó a recibir en su casa de la calle Gaspar Campos a representantes de distintos sectores, empresariales, políticos, e incluso militares, casi como si fuera él quien gobernaba el país.

Perón-Perón
La renuncia de Héctor Cámpora el 13 de julio de 1973 conmovió al país entero, pese, incluso, a que durante la campaña electoral previa a su triunfo se agitaba el lema: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, así como también a que durante toda su corta presidencia se habían oído rumores anticipando la dimisión. Nadie esperaba que fuera tan pronto.
Solano Lima también presentó su renuncia, y el presidente provisional del Senado fue enviado en una curiosa y nunca aclarada misión a Europa, dejando así al presidente de la Cámara de Diputados, Raúl Lastiri, yerno del ministro de Bienestar Social, José López Rega, como titular del Ejecutivo Nacional en forma transitoria.
Lastiri introdujo dos cambios en el gabinete ministerial, sin afectarlo grandemente, y lanzó la convocatoria a elecciones.
En el interregno hasta los comicios, las agrupaciones de la Tendencia realizaron algunos actos públicos, mientras que el guevarista ERP protagonizó una escalada con el intento de copamiento del Comando de la Sanidad, que finalmente desembocó en la detención de sus autores, rodeados por efectivos policiales y del Ejército.
Perón anunció que su compañera de fórmula sería su esposa María Estela Martínez, conocida como “Isabelita”, y la campaña electoral siguió adelante sin actos proselitistas debido, en parte, a que nadie dudaba del triunfo de Perón, y a que, además, con excepción del radicalismo, los partidos de oposición se habían retirado de la contienda anticipadamente.
El 23 de septiembre, la fórmula Perón-Perón se llevó el 62 por ciento de los votos, abriendo paso a un nuevo período de tensión.
Una jornada más tarde, la jefatura de la Policía Federal era asumida por el general retirado Miguel Ángel Iñiguez, y se declaraba la ilegalidad del ERP. Dos días después, veintitrés impactos de bala terminarían con la vida de José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT, sin que ninguna agrupación se atribuyera el hecho.
La izquierda peronista seguía confiando en el viejo líder de 78 años, que el 12 de octubre asumiría la presidencia, solicitando colaboración a todos los sectores, abogando por la paz y la tranquilidad para llevar adelante las medidas que el país necesitaba. El discurso lo dio amparado en una caja de vidrio blindado.

La legión
Después de haber repetido el año anterior, Silvia eligió recursar su tercer año en la Escuela Media Nº 2, más conocida como “la Legión”, de 12 y 60. Stella Azar, también cursaría ahí, por segunda vez, su primer año de secundaria.
Ese año marcaría para las dos un estrechamiento de los lazos de amistad, y Camila y otras amigas quedarían un poco más relegadas, aunque para Silvia, su grupo era fundamental, y no podía prescindir de las amigas y los amigos que integraban “la barra”, a quienes consideraba un valioso tesoro.
Ese año de 1973, fue también en el que Silvia se puso de novia con Carlos López, un marplatense que había ido a La Plata a estudiar, y que tenía pareja en su ciudad. Y fue también el año que le permitió a Stella descubrir en su amiga a una persona que la escuchaba y la entendía plenamente, sin hacer distinción de los tres años de diferencia que las separaban en la edad.
Sin embargo, en el transcurso de los meses las dos cosas cambiarían: por un lado, el marplatense, que desde el primer momento había dejado en claro no sólo su situación, sino que, además, la relación con Silvia sería por ese año únicamente, porque al volver al siguiente le tocaba noviar con Stella, se fue al terminar las clases.
La despedida fue todo lo sobria que podía serlo en esas circunstancias, más cuando la pareja la vivió no como el final de una relación, sino como la finalización de un acuerdo previo. Claro que en la soledad de la pareja perdida, Silvia lloraría profundamente.
Con Stella también fue dándose un distanciamiento, aunque en forma más paulatina. Y en ese caso, lo que jugaría el papel central para alejar a las chicas sería la definición política que cada una fuera adquiriendo de a poco, y sin llegar –al menos por entonces- a un importante grado de compromiso. Silvia, que había recogido esa inclinación en el seno de su familia durante toda la vida, y también a través de su hermana y su cuñado, e incluso en el clima propio del barrio, se orientaría hacia el peronismo. Stella, en cambio, “más zurdosa”, según su propia definición y en un todo en desacuerdo con Perón, elegiría la senda del “guevarismo”.
El hecho de que los padres no la presionaran para que continuara sus estudios, como tampoco para que trabajara, propició que Silvia finalmente abandonara la escuela ese año.
En realidad, para ella, como para las demás chicas de la barra, poco era lo necesario para ser felices: algún que otro vaquero, alguna remera como para salir, y cigarrillos. A sus 17 años, Silvia era quizá la más malcriada del grupo, pero lo máximo que pedía era que Concepción, su madre, le comprara la ropa en la tienda La Lucila.
En general, los tiempos eran simples para las chicas, y la vida no les pedía demasiados compromisos, más allá de divertirse y pasarla bien en grupo. Quizá fuera por eso que, como otros, pero él principalmente, Carlos Alberto López Mateos fuera visto como una especie de “tipo raro”.
No lo entendían, les parecía un aburrido, y no comprendían como podía sostener tan férreamente su compromiso militante. Para Silvia, que se reía sin vergüenza de sus propias “barbaridades”, producto de su inocencia, muchas veces y de la mezcolanza del castellano italianizado de sus padres, por el otro, decididamente, Carlos López Mateos era demasiado serio.
Además de sus múltiples actividades en el barrio y en la unidad básica de Sarmiento y Camino General Belgrano, Carlos se había integrado a la Juventud Universitaria Peronista en la Facultad de Derecho donde estudiada, y rápidamente se había convertido en dirigente.
“Antes de desarrollar cuadros con la base en las organizaciones de masas, los Montoneros se mostraban muy selectivos respecto a quienes debían incorporar y a quiénes les servirían solamente para las movilizaciones y las campañas electorales. Sólo los jóvenes peronistas visiblemente capaces eran escogidos para el adiestramiento especializado político y militar que se les daba a fin de prepararlos para su incorporación a Montoneros. Ello significaba que las grandes multitudes que éstos solían movilizar a través de sus organizaciones de masas no podían equipararse con el apoyo numérico para un proyecto político revolucionario”5.
Carlos López Mateos se incorporó a la organización Montoneros, pero siguió siendo en el barrio la cara visible de la Juventud Peronista, una agrupación que si bien era “de superficie” de la agrupación revolucionaria que había enterrado las armas con el triunfo camporista del 11 de marzo 1973, tenía una trayectoria de acción independiente en la resistencia del peronismo.

La Triple A
Si bien con el tiempo muchos estimarán que tuvo su bautismo de fuego en Ezeiza, durante el retorno de Perón, y otros ubicarán como su primera acción el ataque con una bomba al senador radical Hipólito Solari Irigoyen en 21 de noviembre 1973, lo cierto es que la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina, que no se llamaría así sino hasta 1974) había comenzado a gestarse con la llegada de José López Rega al ministerio de Bienestar Social.
El ex cabo de la Policía Federal, que por decreto fue reincorporado a esa fuerza, ascendiendo a comisario general, en un salto de quince graduaciones, utilizó la cartera a su cargo para montar la base de su accionar. El visto bueno, o cuanto menos la indiferencia de la policía conducida por Alberto Villar harían el resto.
El “trabajo” de la Triple A consistía en ataques en forma anónima, aunque claramente atribuibles a la organización, no sólo contra miembros de la izquierda peronista, o las expresiones de superficie de Montoneros. Políticos de todos los partidos, abogados, medios de prensa, e incluso refugiados políticos de los países vecinos formarían apenas una pequeña parte de la larga lista de “blancos” de la agrupación de derecha tolerada por el gobierno de Juan Domingo Perón, y tras su muerte, el de su esposa.
Asesinatos, violaciones, cuerpos dinamitados, y bombas en distintos edificios en una clara señal intimidatoria conformarían parte de las características de la acción de la Triple A.
Andados los meses, entre finales de 1974, y su desarticulación poco antes del golpe militar de 1976, cuando López Rega sea obligado a abandonar el país, la agrupación de derecha será la principal actora en una espiral de violencia indiscriminada que llegará a causar más muertes y daños que las propias organizaciones revolucionarias: el ERP y Montoneros. En su escalada, además, abrirá paso a una modalidad que después será aplicada por los militares: el asesinato de miembros de la familia de un “enemigo”, como una forma indirecta de infligirle un golpe.
Montoneros recopiló información sobre la organización de extrema derecha y conformó con ella un expediente detallado que remitió a los principales referentes de los distintos partidos políticos a mediados de 1975.
Ninguno se hizo eco del minucioso trabajo de recopilación, que sirvió, sin embargo, para que los militares presionaran exigiendo la salida de López Rega del gobierno, en el que para entonces era una figura de ostensible peso, como asesor directo de la viuda de Perón. En el mes de julio de 1975, el ex ministro de Bienestar Social subió a un avión y marchó al exilio.

Desenmascarar al viejo
Durante el gobierno de Cámpora, Perón ya había impulsado el Pacto Social, una medida que si bien no agradó a los sectores de izquierda del partido, fue tolerada con sumisión. Se trataba de un acuerdo entre la Confederación General del Trabajo, máxima expresión obrera, y Confederación General Económica, que nucleaba al empresariado nacional, y por el que el gobierno prometía a la clase trabajadora un aumento de su participación en la renta nacional y el control de precios, a cambio de dejar en suspenso por dos años los derechos de libre negociación colectiva.
Eran tiempos difíciles en materia económica, y la realidad del tercer Gobierno peronista distaba mucho de la que había encontrado el General al asumir su primera presidencia en 1946. Los créditos que la industria nacional necesitaba tendrían que salir de la emisión de moneda más importante de la historia; que sumaría dos veces y media más que la de cien años anteriores junta, según señalará un artículo del diario La Prensa, de septiembre de 1974.
La imagen de un Perón que había llegado para implantar el socialismo nacional comenzaba a resquebrajarse ante los Montoneros, que poco después de la asunción del general como presidente de la Nación en octubre de 1973 se preguntaban: “Y esto, ¿qué es?” en las páginas de la revista El Descamisado.
Se trataba de un documento de la jefatura peronista que constituía una virtual declaración de guerra “contra los grupos marxistas y terroristas infiltrados en el Movimiento”. Y pese a la fingida incredulidad de los miembros de la Tendencia, no podía pasarse por alto que fue el propio Perón que había estampado su firma al pie del documento, y quien, además, lo había anunciado públicamente.
Pero será el Ejército Revolucionario del Pueblo el que haga enfurecer a Perón y mostrar claramente cuál era el proyecto que tenía previsto para con las organizaciones revolucionarias que le habían sido funcionales durante su exilio para golpear a la dictadura de Onganía, Levingston y Lanusse.
Perón impulsó una reforma en el Código Penal, considerablemente regresiva, que los diputados debatirían largamente en el Congreso a mediados de enero de 1974, con una oposición mucho más marcada de los ocho representantes de la Tendencia en las bancas.
Dispuesto a demostrar “quién era Perón”, Mario Roberto Santucho, líder del ERP, decidió llevar adelante una operación militar contra el Regimiento X Húsares de Pueyrredón, en Azul, la guarnición militar más poderosa del país. Y si bien resultó en un fracaso estrepitoso, enardeció al presidente, que un día más tarde, el 20 de enero, vestido con su uniforme de general del Ejército, juró ante las cámaras de televisión que todo el peso de la ley caería sobre los “delincuentes”.
El hecho le dio a Perón la excusa perfecta para deshacerse del gobernador bonaerense, Oscar Bidegain, ligado a la Tendencia, quien fue reemplazado por Victorio Calabró.
Cuatro días más tarde, el 24, los ocho diputados de la Tendencia presentaron la renuncia a sus bancas, cumpliendo así su palabra, luego de anunciar que antes de aprobar la propuesta del general para el Código Penal preferían dimitir. De entre sus reemplazantes, de acuerdo al orden de la lista eleccionaria, sólo dos se contarían como ligados a la izquierda peronista.

Esos imberbes que gritan
Aunque en público intentaban disimular su cada vez más fuerte desencanto con Perón, presentándolo como un revolucionario y antiimperialista, para fines de enero de 1974, y tras la renuncia de los ocho diputados de la tendencia, los Montoneros, no podían evitar las fricciones.
El último día de ese mes boicotearon con su ausencia una reunión del presidente en la Quinta de Olivos porque en ella se darían cita las organizaciones juveniles ultraderechistas del peronismo: la Concertación Nacional Universitaria (CNU) y el Comando de Organización (CdeO).
Poco después, al cumplirse el primer aniversario del triunfo de 1973, en un acto en el colmado estadio de Atlanta, Mario Firmenich, uno de los líderes montoneros señaló en su discurso que el proceso de liberación nacional había sido tergiversado y traicionado por los traidores al Movimiento, y en especial los referentes del sindicalismo. Y destacó que para las organizaciones de superficie era necesario prestar más atención a las tareas organizativas.
Las tensiones existían y cada día que pasaba se hacían más inocultables, por eso, cuando se definió la política a seguir de cara a la celebración del Día del Trabajador el 1º de Mayo, muchas de las agrupaciones de la izquierda peronista en La Plata plantearon que sería mejor no asistir. El grueso de la Tendencia, con 60 mil personas de un total de 100 mil que coparon la Plaza de Mayo, se dio cita.
Pese a que no era la premisa de los organizadores, la Juventud Peronista y Montoneros lograron hacer visibles sus banderas, las cuales sorprendieron a Perón al salir al balcón. Tampoco los referentes de la Tendencia se conformaron con gritar: “Perón, Perón”, y “Argentina, Argentina”, como estaba previsto.
“No queremos carnaval, Asamblea Popular” gritaron, cuando Isabel Perón coronó a la Reina del Trabajo. Seguido de: “Si Evita viviera, sería montonera”. El clima se caldeaba, pero la tensión no llegaría al punto máximo sino hasta que de la multitud surgiera la pregunta: “Qué pasa, qué pasa general que está lleno de gorilas el Gobierno Popular”.
Perón elogió al “sindicalismo argentino” durante cincuenta segundos, y aludió luego a “algunos imberbes que pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años”.
La diatriba continuó, aunque ya los representantes de la Tendencia se habían retirado, dejando vacíos dos tercios de la Plaza de Mayo. El viejo líder acusó de infiltrados y de mercenarios al servicio del dinero extranjero, e invocó la necesidad de una guerra interna “si los malvados no cejan”.

Perón ha muerto
Perón revelaba quién era abiertamente, no sólo a los integrantes de la Tendencia, sino a los del Movimiento y quienes habían acompañado con simpatía su llegada al Gobierno por tercera vez.
Una semana después de su pelea con las facciones de izquierda del peronismo en la Plaza de Mayo, el general recibió en la base aérea de Morón a otro militar: Augusto Pinochet, quien apenas ochos meses antes había derrocado al socialista Salvador Allende de la presidencia de Chile, bañando en sangre a ese país.
Los Montoneros fueron aumentando sus críticas hacia Perón, progresivamente, y perdiendo la ingenuidad respecto a la línea de acción del Gobierno, e incluso mencionaron la posibilidad de un “retorno a la resistencia” ante un “ataque del imperialismo”.
Sin embargo, la muerte de Perón el 1 de julio de 1974, y más aún su última presentación de importancia el 12 de junio, en la que denunció un complot imperialista. Sería la base para que uno de los principales referentes de Montoneros, Roberto Quieto, asegurara en un discurso en La Plata que el ya extinto líder “estaba teniendo en cuenta en gran medida las orientaciones y las críticas que nosotros le formulábamos”.

Una reunión política
Camila y Silvia volvieron a encontrarse, y la amistad tan fuerte que las unía sumó un ingrediente más: la política. Aunque claro, de las dos, la primera era la que ya había asumido un grado de interés mayor.
El detonante había sido su amistad con una compañera de estudios, casi diez años mayor, que cursaba como ella en el Normal Nº 3 durante el año anterior. Camila quedó obnubilada por el nivel de militancia de la joven, y comenzó a involucrarse también, participando activamente en una campaña organizada por las Unión de Estudiantes Secundarios (UES), que le valió una distinción en el Salón Dorado de la Municipalidad de La Plata el 15 de septiembre de 1973.
Tiempo más tarde, en 1975, invitó a Silvia a que transformara su -hasta entonces- simpatía por el peronismo en un compromiso mayor, y juntas participaron de una de las tantas charlas que Carlos López Mateos encabezaba, y en algunos casos, como aquella, organizaba.
La presencia de las chicas en el asado sorprendió al propio Carlos, que las conocía a ambas del barrio, y que hasta es probable ya se hubiera fijado en Silvia. Y el hecho de que le haya participado de inmediato a su madre ese dato, podría contribuir a afirmarlo.
Y es posible que Silvia también haya quedado prendada de ese muchacho al que nadie quería contradecir en la reunión, porque después de escucharlo, todos se aseguraban en un todo de acuerdo con lo que decía.
De Nelly Mateos de López, la noticia de la participación de Silvia y Camila en la reunión pasó a Rosa Isabella Valenzi, que era por entonces la peluquera del barrio, y la atendía en su local, puntualmente todos los sábados.
Ya entonces, Silvia vivía con sus padres en la calle 25, entre 12 y 13, de City Bell. Habían dejado el Club del Sindicato de Telefónicos. En la mudanza, también, Alberto Isabella Valenzi, cambió, aunque sin dejar de ser ese hombre parco en el círculo íntimo, de un metro setenta y cinco de estatura, que sólo se dejaba llevar por la alegría y la jovialidad manifiesta en sus ojos verdes en las reuniones familiares. Para él, la posibilidad de que Silvia se encontrase con las amigas y los amigos de la barra, de los que ya estaba más distanciada por una cuestión geográfica, se hizo más tolerable.
Stella fue una de las que pudo comprobarlo en las ocasiones en las que ambas seguían la telenovela de Claudio García Satur y Soledad Silveyra, o los días de invierno en que tejían juntas, y Silvia realizaba complejas maniobras, zurda como era, para ir sacando cada punto.
Carlos estaba más comprometido que nunca en la actividad política. Era el encargado de coordinar las juntas de delegados barriales que reunían a militantes de Gorina y de distintos puntos de City Bell, que conformaban, además, el círculo más estrecho con el que trabajaba.
Sin embargo, se encontraba con lo que para él era una dificultad, aunque muchos otros dirigentes pudieran haberlo apreciado: lo que decía era casi como una verdad incuestionable, y eso lo irritaba sobremanera.
-¿Por qué está todo bien, porque lo dije yo? Si yo me equivoco, perdemos todos... –insistía, y entonces volvía a pedirles a los que asistían al encuentro que dieran su opinión, y que tomaran distancia de lo que él mismo había dicho.
Carlos se empecinaba en formar personas capaces de tomar sus propias decisiones, de elegir, de criticar, de rebatir sus posturas.
Su hermano Luis veía en ese trabajo con la gente, que ya entonces venía de larga data, una de las claves en la formación de un dirigente. Consideraba imprescindible que “mamara”, decía, “el amor por la gente, por el barrio, que el poder se construya desde abajo”.
“Un dirigente sin el respaldo de la gente, al pasarlo a una estructura militar, cambia. No se ganó trabajando el poder que alcanzó, sino tirando tiros, y por eso después va a ser más fácil quebrarlo. Sólo va a cambiar de patrón para pasarse al enemigo, cuando vea que el poder lo detenta otro”, dirá Luis, años más tarde, analizando no sólo lo ocurrido en líneas generales, sino puntualmente con la que se conoció como “la traición de Quieto”.
Esas mismas reflexiones formarán parte de las críticas que en un documento firmado por Carlos, como responsable de prensa de la Columna de La Plata, reciba la Conducción Nacional.
















1-“El Tío”, era el apodo con el que se conocía popularmente a Héctor J. Cámpora.
2-Una opinión que se sostendrá a lo largo de los años, incluso después de haber compartido la convivencia, andado el tiempo, con miembros de la conducción nacional de la organización Montoneros.
3-Soldados de Perón, Richard Gillespie, Editorial Grijalbo, 1998.
4-Soldados de Perón, Richard Gillespie, Editorial Grijalbo, 1998.5-Soldados de Perón, Richard Gillespie, Editorial Grijalbo, 1998.

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