El 2 de abril de 1977, una joven secuestrada por la dictadura militar argentina, que menos de un mes antes había cumplido 21 años, tuvo una hija en el Hospital de Quilmes. La joven fue asesinada algo más de una veintena de días después. Su hija nunca fue encontrada. Sin embargo, la historia estuvo rodeada de un manto de ocultamiento e intriga.

Ayudemos a identificarlos...

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lunes, 22 de junio de 2009

Capítulo 7 - Ya nadie te escuchará gritar

Por mí se va hasta la ciudad doliente,
Por mí se va al eterno sufrimiento,
Por mí se va a la gente condenada.
(...)
Abandonad, los que aquí entráis, toda esperanza.


Dante Alighieri, La Divina Comedia


Capítulo 7
Ya nadie te escuchará gritar

La entrada al infierno
Eran las 6 de la mañana del 2 de abril cuando de nuevo un grupo de policías se presentó en el Hospital Iriarte.
Fueron directamente a buscar a la mujer que había sido trasladada la noche anterior, la cargaron con desprecio, casi como un desecho, y la arrastraron por los pasillos hasta la calle.
En la parte trasera de una camioneta con cúpula y sin identificación, arrojaron a Silvia Isabella Valenzi sin miramientos, pese a los dolores de puerperio que la aquejaban, apenas a tres horas de haber dado a luz a su hija.
Siguiendo la orden que tenían, la mujer fue llevada a la sede de la Brigada de Investigaciones de Banfield, o como se conocerá después al lugar más parecido al infierno en la tierra: el Pozo de Banfield.
La detenida fue ubicada en el segundo piso del edificio, dejada en una de las celdas, junto a otras mujeres que habían sido trasladadas desde La Plata el día anterior.
Pronto, Silvia descubriría que el régimen de vida en Banfield era menos riguroso en algunos aspectos, ya que existía la posibilidad de hablar con sus compañeras de calabozo, y no era necesario llevar la venda en los ojos.
Sin embargo, otros aspectos se mostrarían mucho más duros que los que había conocido en Quilmes: la limpieza no existía, el único baño de las detenidas era una botella de lavandina cortada al medio, y la comida, que llegaba en bol de plástico de colores cada tres días, era un caldo aguado y sin sabor con restos, casi sólidos de algo imprecisable nadando en él.
Pronto las mujeres comenzarían a preguntarse por qué no era tan importante para los guardias que ellas pudieran verlos, y la peor de las respuestas sería también la primera en ser contemplada.

La niña ha nacido
El hombre se presentó en la casa de los Isabella Valenzi preguntando por Concepción. Entregó un papel, y aclaró que debían leerlo, y después quemarlo. Dijo que no podía responder preguntas, ni revelar quién era. Y se fue de la misma manera que había llegado.
La nota era breve: anunciaba que Silvia había dado a luz a una hija, que el parto había tenido lugar el 2 de abril, en la Maternidad del Hospital de Quilmes, que la nena había nacido con bajo peso y había quedado en Neonatología. Y, además, que Silvia había estado detenida en la Brigada de Investigaciones de esa ciudad.
Lo primero que hizo Concepción, después de leer el papel, comentarlo luego con su esposo, y finalmente quemarlo, fue pensar a quién podía recurrir. Tenía en claro que debía ir a Quilmes, pero cómo hacerlo sola.
No quería confiar en nadie, de la misma manera que había hecho cuando Stella Azar fue a verla preguntando por su hermana Camila, después de que tanto esta como Silvia hubieran desaparecido.
No, de Camila no sabía nada, como tampoco quién había echado a correr el rumor de que la había visto alrededor del 19 de diciembre caminando por la avenida 44. Y le inventó una excusa cualquiera, le mostró ropa que Silvia no usaba hacía tiempo, y le dijo que estaba preparando todo para llevarse a su hija de ahí justo cuando desapareció.
¿En quién confiar? Esa era la pregunta. Si cuando Silvia desapareció, incluso, se fue ella sola a hacer la denuncia al Juzgado de Menores, aprovechando que “la Chilvi” no había cumplido los 21. “La nena se peleó con el padre, y se fue de la casa”, declaró ante el magistrado.
Era obvio que no podía hablarle de la militancia, de Carlos, y de todas esas cosas. Lo primero que se le ocurrió fue decir que la chica se había escapado, que vivía con ellos en la casa de City Bell y se había fugado enojada.
Cómo podía imaginar en ese momento que andados los años, y con la democracia restituida, ese sería uno de los argumentos que quisieran levantar en su propia contra para decir que a su hija nunca la habían secuestrado las fuerzas de seguridad.

La tortura la dejó loca
Patricia Huchansky de Simón había sido trasladada a Banfield con la mayoría de las mujeres que estaban por entonces en ese lugar, y también como casi todas ellas, provenía de la Comisaría 5º de La Plata.
La solidaridad era el rasgo que más distinguía a Patricia, una enfermera que con su esposo Carlos Simón, empleado del Laboratorio Abbot, había alojado en su casa a una pareja que necesitaba refugio.
Así fue que de inmediato se propuso contener a la chica rubia de ojos verdes que aseguraba que había tenido a su bebé en un hospital. En la memoria tenía presente el caso de Inés Ortega, que había tenido a su bebé en la Comisaría 5º, sin contemplación alguna.
Patricia escuchó a Silvia, escuchó cada uno de los detalles que le contaba sobre el parto. No tenía dudas de que la chica había sido madre, pero mientras le apretaba la mano con fuerza, no podía evitar sentir que la tortura la había dejado loca. Era imposible pensar que las bestias a disposición de las que estaban hubieran tenido la contemplación de llevar a la joven a tener su bebé en una cama, con sábanas limpias, en un hospital, y donde hubieran quedado decenas de testigos de todo lo sucedido.
Silvia supo que María Adela Garín1 era el nombre de otra de las trasladadas desde la Comisaría 5º, igual que Silvia Muñoz, y que ambas estaban también embarazadas. Había, además, unas chicas, militantes del ERP, que estaban desde hacía más tiempo en el Pozo. Y detrás de las celdas que ocupaban las mujeres, espalda con espalda, estaban los calabozos de los hombres, dando a otro pasillo.
Los quejidos de María Eloisa Castellini, producto de las contracciones cada vez más frecuentes que tenía, hicieron que Patricia se enterara de su estadía. Ella era otra de las que no había llegado desde La Plata. En realidad, había sido secuestrada en noviembre, cuando salía del Jardín de Infantes “El Palomo”, en Libertad, donde trabajaba, y la habían trasladado desde la Brigada de San Justo.
Fue un día impreciso, entre el 8 y el 10 de abril, en que las contracciones de María Eloisa se fueron haciendo cada vez más intensas y frecuentes. Patricia, supo rápidamente que el parto estaba a punto de producirse, y empezó a golpear la puerta, mientras que como todas las demás mujeres gritaba llamando a los guardias.
Los encargados de la seguridad estaban solos. El médico no estaba en Banfield y no podían contactarlo. Las mujeres se impacientaban y sus gritos llenaban todo el piso.
Finalmente, los guardias optaron por abrir la celda de la parturienta y la de la enfermera Huchansky. Después de que nació la bebé, a la que la madre le puso como nombre Victoria, los guardias entregaron a Patricia un cuchillo de cocina para que, bajo su atenta supervisión, cortara en cordón umbilical. Poco después se llevarían a la recién nacida.

Una oscura trama
El 7 de abril, en su casa, la partera María Luisa Martínez de González, de 51 años, fue secuestrada por fuerzas de seguridad. Su delito había sido la solidaridad, al compadecerse de Silvia Isabella Valenzi, a la que se cruzó en el pasillo del Hospital cuando los policías la retiraban en la mañana del 2 de abril.
La chica le había alcanzado a gritar su nombre y el de sus padres, y le había pedido que les avisara del nacimiento de la pequeña Rosita.
La partera averiguó con sus compañeros de trabajo lo que había ocurrido. El temor de la mayoría imponía un manto de silencio, aunque otros dejaban en claro que no había que meterse, porque era “la chiquita de una guerrillera” la que había nacido.
María Luisa Martínez comentó en su casa lo que ocurrió, y con su familia tomó la decisión de enviar un anónimo a los padres de Silvia.
Por esos días, Concepción esperaba la respuesta del Padre Dardi, de la parroquia Sagrado Corazón, en City Bell, a quien le había pedido que la acompañara a Quilmes, después de contarle su historia. Era una buena católica, el cura lo sabía, y seguramente por eso le había dicho que si, que iba a ir con ella al hospital a preguntar por Silvia, y por la hija de ésta. Sólo tenía que decirle cuándo.
Pero Dardi, finalmente, se echó atrás, y Concepción emprendió sola el viaje el 13 de abril. Llegó a la Maternidad, explicó que buscaba a su nieta, que le habían dicho que estaba ahí, que había nacido prematura y con bajo peso. Médicos y enfermeras por igual se mostraban ajenos al caso, pese a que, sin embargo, fuera tema de conversación en los pasillos del Hospital.
El Jefe del Servicio de Obstetricia, Oscar García, quien había sido informado de todo lo ocurrido entre la noche del 1º de abril y la mañana del día siguiente, fue el que le dijo a la mujer que su nieta estaba aún en el sector de Neonatología, y que entonces lo que debía hacer era hablar con el director del Hospital, Roberto Iriarte, para retirarla.
Pero el siguiente paso fue agrio para Concepción porque la máxima autoridad de hospital quilmeño le negó de plano la existencia de su nieta. Habló de errores, de confusiones, del problema de las versiones y los anónimos, y le sugirió a la mujer recabar datos más concretos.
De nada valieron las insistencias, los ruegos, los pedidos de que revisara la documentación. Iriarte estaba decidido, y parecía que nada podía hacerlo vacilar. Excepto porque una enfermera, al escuchar el diálogo, le enrostró: “no se lo niegue más, que el doctor García ya le dijo que la nieta está acá”.
Furioso con la enfermera, Iriarte le pidió a Isabella Valenzi que se retirara.
Un día más tarde, la enfermera Generosa Fratassi, de 32 años, estaba trabajando cuando le informaron que alguien la buscaba en la planta baja. Al llegar allí, cuatro hombres la rodearon, la esposaron, y la introdujeron en una camioneta color marrón sin identificación.2

Llegó Teresa, la que nació presa
El 16 de abril, Adriana Calvo de Laborde fue ubicada junto a las demás detenidas en el segundo piso del Pozo de Banfield. Había llegado pocas horas antes, trasladada desde la Comisaría 5º de la Plata.
Dado que los encargados de transportar a la detenida no conocían muy bien el camino que debían seguir, en la noche del 15 se perdieron, y por eso Calvo, que estaba embarazada, tuvo a su bebé en el vehículo donde era transportada, en las inmediaciones de la Rotonda de Alpargatas, en el límite entre Florencio Varela y Berazategui.
Una vez en Banfield, el médico Jorge Bergés, que tenía a su cargo la atención de las parturientas en ese lugar, así como en varios otros centros de detención que funcionaban en un “circuito” con ése, realizó la tarea de quitar la placenta a la mujer. Después la obligó a limpiar la camilla y el piso que habían quedado manchados de sangre, ante la burla y las risas de los guardias, y mientras su bebé permanecía en el piso.
Patricia Huchansky fue la primera en advertir que Calvo había llegado al Pozo. Y de la misma manera que se las ingeniaba para ir logrando lo que se proponía, consiguió que la mudaran de celda, para estar con quien había compartido cautiverio antes en la Comisaría 5º.
Las dos mujeres hablaron de lo que había ocurrido a una y a otra, repasaron los nombres de las que estaban, y de los hombres también alojados en las celdas que daban sobre el otro pasillo.
Además, Patricia le contó a Adriana la historia de “la Gata”, como la conocía a Silvia Isabella Valenzi, que aún entonces no daba a conocer su apellido, pero sí su apodo. Y le dijo que la creía loca como consecuencia de las torturas, en vista de que ahora contaba con otra historia más para confirmar la inhumanidad de los captores.

¡Borren ese libro!
A las 9 de la mañana del 2 de abril, Adalberto Pérez Casal se presentó a tomar servicio en el Hospital de Quilmes, y encontró a sus compañeros presa de una gran conmoción.
“Está la chiquita de una guerrillera”, le dijeron. Pero antepuso su profesionalismo, y preguntó por la salud de la bebé, que presentaba algunos problemas respiratorios, debido a que había nacido prematuramente, y con bastante bajo peso.
Poco después llegó un hombre al que reconoció como un colega, aunque médico de la policía. Quería saber sobre el estado de salud de la pequeña recién nacida. Finalmente, advirtió a Pérez Casal: “Esta chiquita no la retira ni Videla, sólo yo”, a lo que el joven jefe de Servicio de Neonatología le señaló que tampoco a él podría entregársela, sino que sólo a la madre, y mostrando los documentos.
El policía, lejos de estar satisfecho, decidió recurrir a la oficina del director y mantener un diálogo a puertas cerradas, al cabo del cual Roberto Iriarte citó a Pérez Casal.
“Tiene que borrar de los libros el nombre de Isabella Valenzi”, pidió el director, pero el médico se negó, y recibió una amenaza como contestación: “hágase el gallito, nomás, que va a aparecer en una zanja”.
Quizá no estuviera hecho de la madera de los héroes, (lo demostrará a lo largo de los años y las comparecencias ante distintos tribunales, donde evidenció no sólo su temor ante posibles represalias3, sino también algunas contradicciones), pero entonces estaba decidido a negarse. Claro que con los libros de guardia de Obstetricia no pasaría lo mismo, y serían burdamente tachados.
Cuatro o cinco días más tarde, una enfermera le llevó a Pérez Casal el rumor de que la bebé había fallecido, o al menos, eso es lo que asegurará ante la Justicia una y otra vez, admitiendo, sin embargo, que nunca hizo una constatación personal del hecho, así como tampoco firmó ni lo hicieron los miembros del área a su cargo, certificados de defunción. “Todos los papeles pasaron al director”, fue la explicación del médico.

Hablar... para tender puentes
En el tiempo que Adriana Calvo no había estado en Banfield, pero sí sus ex compañeras de detención en la Comisaría 5º, se había producido un hecho significativo: la liberación de dos de los secuestrados.
Patricia narró que Anahí Fernández, que había sido sacada de la 5º, para pasar por la Brigada de Investigaciones de La Plata, y recaer después en Banfield, recibió un día la notificación de que tenía que arreglarse, porque iba a irse en libertad. Todas le juntaron ropa, de entre lo que tenían, como para que esté decente al salir de allí, y la guardia la llevó a higienizarse. Con Carlos Simón, el marido de Huchansky, ocurrió algo similar. E incluso, cuando él lo solicitó al guardia, le permitieron mantener un encuentro con su mujer.
Patricia pasó unos cuantos minutos con su esposo al que encontró afeitado y con el pelo cortado, y no tuvo dudas de que saldría en libertad. Eso mismo le aseguró a su compañera de celda, después, que había ocurrido.
Los guardias se llevaron a Anahí y a Carlos, y quienes permanecieron en el Pozo mantendrían la certeza de que sus compañeros habían logrado la libertad. E incluso, aunque ellos no lo supieran, el proceso que se había seguido era idéntico al de la mayor parte de los casos en que los detenidos eran “blanqueados”, puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, y destinados a unidades carcelarias.
Lo que ocurrió después nunca pudo saberse, porque finalmente, ni Carlos Simón ni Anahí Fernández recuperaron la libertad.
Con Eloisa el diálogo era por momentos más difícil, porque aunque se mostraba fuerte, no podía ocultar los dolores que sentía tras el parto. Pero, además, ver a Teresa en brazos de su madre, o incluso en los de Patricia, reavivaba su dolor en carne viva, y mientras se extraía la leche de los pechos recorriéndolos con sus dedos, vertía enormes y amargas lágrimas.
-Mirá, yo no pensé que iba a haber algo peor a lo mío o que lo de Inés Ortega4, y vos tuviste a la nena en el piso en el pasillo... –le dijo Calvo.
-No, Adriana. Lo tuyo fue mucho peor que lo mío, a mi hija la recibió una compañera.

Sólo mentiras
La primera visita al Hospital había terminado con mucho dolor para Concepción, que se fue de allí con lágrimas incontenibles brotándole de los ojos. Pero no estaba dispuesta a dejarse vencer tan fácilmente.
Ella era ciudadana italiana, al igual que su esposo y sus dos hijos más grandes, y si bien Silvia había nacido en Argentina, tenía los mismos derechos a ser defendida por aquel país al que habían dejado en busca de un futuro de paz y prosperidad casi treinta años antes. Con esa certeza, la mujer fue a reunirse con el titular del Consulado Italiano en La Plata, para pedirle ayuda, como también lo hicieron y lo harían muchas otras mujeres.
Concepción fue bien recibida. La escucharon, y le prometieron enviar a un hombre al Hospital para averiguar por su nieta.
Pero cuando volvió para conocer el resultado de las gestiones se enteró que la respuesta recogida en Quilmes era aún menos satisfactoria que la anterior: la nena había fallecido. Así figuraba en los libros, con fecha 7 de abril.
La mujer volvió a tomar, entonces, las riendas de la situación, y durante más de un mes realizó visitas casi periódicas al Hospital.
En una ocasión alguien le indicó que debía preguntar por su hija en la Brigada de Quilmes, y recorrió los cien metros de distancia desde el Hospital, sólo para escuchar que Silvia no estaba ahí. Esa vez era cierto, y por eso uno de los guardias se apiadó de ella, y le sugirió ir a la Brigada de Banfield a buscar noticias. Claro que también ahí a Concepción le negarían a su hija.
En otra de esas oportunidades, llevó ropa para la bebé, que no le recibieron asegurándole que no hacía falta. En otra llegó hasta la incubadora y vio a una bebé con la cual sintió una conexión inmediata, pero al preguntar si era su nieta, sólo recibió silencio como respuesta.
Fue también en una de sus visitas que una enfermera le dijo que su hija, Silvia, le había puesto de nombre Rosa a la bebé. Pero nunca, nadie, en todo ese tiempo, le dio una respuesta clara. Se yuxtapusieron silencios, frases a medias, incoherencias como un presunto fallecimiento seis días antes de que en su primera visita el doctor García le dijera que la bebé seguía con vida.
Será recién muchos años después, ya en democracia, cuando el por entonces administrador del Hospital Iriarte, un hombre de apellido O’Neil, admita: “a mí me dijeron que se la llevó Bergés”.

La risa, a pesar de todo
En medio del infierno, la risa también se hizo presente durante esos días, y era como un bálsamo.
Cuando Patricia Huchansky contó lo que había sentido, y pensado, en el momento en que se produjo el traslado desde La Plata hasta Banfield, Eloisa y Adriana no resistieron la tentación.
Había sucedido que los detenidos fueron introducidos en un camión celular de la policía, y encerrados en su interior, de a tres, en pequeñas celdas metálicas donde apenas cabían. Patricia había imaginado entonces, en su total desconocimiento de lo que era un camión celular, que la habrían introducido en una cámara de gas, y que de un momento a otro saldría la toxina que pondría fin a su vida. Contaba los segundos, y en esa ansiedad, de pronto sintió que el vehículo se ponía en marcha.
Otro hecho que llenó de alegría el sombrío espacio de los calabozos y los tenebrosos pasillos de Banfield fue el poema que los detenidos varones hicieron llegar a través de las paredes hasta la primera de las celdas de las mujeres, donde estaba Adriana, cuando se enteraron que había llegado, y que tenía con ella a su hija. Decía el pequeño poema: "Llegó Teresa, la que nació presa".

El MPM en el exterior
El 20 de abril de 1977, los montoneros pusieron en marcha un Movimiento Peronista Montonero (MPM), tomando como modelo el Movimiento Peronista, pero incorporándole, además de las tradicionales “ramas”, una Rama Agraria, y una Rama de Profesionales, Intelectuales y Artistas.
Sin embargo, no pasaría mucho tiempo para que quedara en claro para los observadores, e incluso para la sociedad misma y sus propios simpatizantes, que la organización se había tornado mucho más efectiva para el diseño de estructuras en lo teórico, que para su puesta en marcha en lo práctico.
Incluso, rápidamente se dejó sentir la consternación entre muchos que anhelaban la construcción del Movimiento dentro de la Argentina, cuando se anunció que éste iba a establecerse en Roma.
“Los métodos que pusieron en práctica las Fuerzas Armadas para eliminar a la subversión habían pillado a los Montoneros por sorpresa. Esperaban violentos enfrentamientos armados en las calles, comprobaciones de vehículos, búsquedas casa por casa y detenciones colectivas, pero creían que esto se llevaría a cabo como antes: el sufrimiento de unos diez días de tortura antes de que se legalizara la detención, seguidos del restablecimiento del contacto con la familia y la organización del afectado. Tardaron algún tiempo en percibir la nueva infraestructura represiva y sus métodos: campos de concentración oficialmente autorizados pero clandestinos, centros de tortura, y unidades especiales basadas en las tres fuerzas militares y en la policía, cuya misión era la de secuestrar, interrogar, torturar y matar”5.
“Las barbaridades se habían convertido en actos de rutina. Además de la picana (corriente eléctrica), del submarino (inmersión) y de la violación, los métodos incluían el encierro de los detenidos con perros feroces, adiestrados por sus secuestradores, hasta que quedaban casi descuartizados”. 6
Por si quedaba alguna duda, ya lo diría apenas unos días después en declaraciones al diario inglés The Guardian, el general Ibérico Saint-Jean, gobernador por entonces de la provincia de Buenos Aires: “Primero mataremos a los subversivos, después, a sus colaboradores, después... a sus simpatizantes; después... a los que permanezcan indiferentes; y, finalmente, a los tímidos”7.

La solidaridad
Con el mismo espíritu de solidaridad, a pesar de todo, siempre había tiempo para compartir, y por eso, cuando cada tres días las sacaban de sus celdas para comer en el pasillo, las mujeres iban pasando la comida de sus recipientes plásticos al de Adriana Calvo, para que pudiera estar mejor alimentada, dentro de lo que las condiciones lo permitieran, y puesto que tenía a su hija consigo y debía amamantarla.
Ese mismo espíritu de amor lo evidenciaron en una encarnizada resistencia cuando los guardias quisieron llevarse a la bebé, en el momento en que habían tirado gamexane adentro de las celdas para eliminar los piojos que se habían multiplicado hasta lo inimaginable, en las condiciones infrahumanas de encierro, donde podían llegar a pasar incluso hasta cuatro días sin que se permitiera a las detenidas vaciar la botella de lavandina que empleaban como inodoro.
En aquella oportunidad, y con la excusa de que la sustancia le haría mal, los custodios pretendieron llevarse a Teresa. Su madre la apretó contra el pecho y se encerró en uno de los calabozos, mientras que las demás mujeres formaron una barrera humana y empezaron a gritar y propinar insultos a los guardias, que entendieron muy pronto que para pasar tendrían que matarlas a todas.

Una hermosa rubia de ojos verdes
Como todas las compañeras de cautiverio querían conocer a Teresa, tenerla en brazos porque muchas de ellas no habían podido hacerlo, incluso, con sus propios bebés, Calvo optó por ir cambiando de celda cada vez que una nueva ración de comida lo permitía.
A los guardias parecía no importarles, porque lo que caracterizaba al régimen de detención en Banfield era la indiferencia hacia los detenidos. No se pasaba lista, no se exigía que una venda cubriera los ojos, no llevaban las manos atadas...
Y fue en una de esas “mudanzas” en las que Adriana pudo por fin conocer a “la gata”, que compartía su celda con otras tres detenidas, militantes del ERP: Manuela Santucho, hermana del líder guerrillero, su cuñada, Cristina Navajas de Santucho, y Raquel D’Ambra. Supo, entonces, que las tres habían sido secuestradas en julio de 1976, y que habían pasado por los centros clandestinos de detención Automotores Orletti y Campo de Mayo, antes de recalar en Banfield.
El hecho de que las tres mujeres llevaran diez meses de prisión en esas condiciones, no resultaba alentador para sus compañeras, pero Manuela tenía la capacidad, con su enorme fortaleza y su solidaridad, de levantar el espíritu del conjunto, a las que les daba aliento aprovechando la única oportunidad que tenían de estar en un grupo grande, cuando les permitían ir al baño a vaciar sus botellas plásticas.
De Silvia, a la que no conocerá más que por su apodo, Calvo retendrá ante todo su imagen física, asombrada por los enormes ojos verdes, la piel clara y el pelo rubio. Pero también su historia le resultará impactante, porque la chica menuda le repitió todo lo que Patricia Huchansky le había anticipado: su estadía en la Brigada de Quilmes, el parto en un hospital. Y a poco de hablar descubrirán las dos que el médico que las había atendido era el mismo, aunque en ese momento ninguna supiera su nombre.
Del resto de la charla, que se prolongó de a intervalos a lo largo de unos tres o cuatro días, hasta una nueva llegada de la ración de comida, poco es lo que retendrá en su memoria Adriana Calvo. Tendrá, si, la certeza de que Silvia había mencionado la muerte de Carlos, su pareja8. Y también el nombre que le había dado a la pequeña que imaginaba entonces que estaría en los brazos de sus abuelos, de su hermana, que también se llamaba Rosa.

Las horas contadas
Al tener a Teresa en brazos, Silvia se imaginó lo que hubiera sentido cargando a Rosita. Se acordó de Carlos, de lo mucho que Carlitos quería que tuvieran un hijo juntos, de lo feliz que se había puesto cuando le contó que estaba embarazada.
¿Cómo habría sido tener a Rosita en brazos? ¿Qué se sentiría?
El médico no la dejó tenerla con ella en el Hospital, cuando nació, porque la nena tenía problemitas. Y entonces, cargando a Teresa, cómo quería haber tenido la posibilidad de compartir un tiempo con su propia hija. Rosita tenía más o menos el mismo tamaño, si no recordaba mal. Quizá un poco más chiquita, pero Teresa también era menuda...
¡Cómo había cambiado! Se acordaba de cuando se mandó a mudar de la casa el día que se peleó con su papá, y pasó la noche en lo de Camila, o el día que se había enchinchado porque no le salían los puntos del tejido que su hermana Rosa le quería enseñar, y también se fue, como una nena caprichosa, para volver al día siguiente.
Ni dos años habían pasado de esa vez, y cómo se había transformado su vida. ¡Cuántas cosas habían pasado de repente en tan poco tiempo!
El 22 de abril, Ana María Caracoche y Lucía Cristina Marroco fueron trasladadas a Banfield, y allí permanecerían incluso después de que casi la totalidad de los detenidos sean desalojados en lo que se conocía en la jerga de la dictadura como “un traslado”, el lunes 25, apenas tres días más tarde.
Como ellas, las excepciones serán Adriana Calvo y su hija Teresa, a quienes se liberará el 28, y tres mujeres de Bernal, que estaban aisladas del resto: una mujer de entre 50 y 60 años, su hija, y la amiga de esta.
Sobre el resto del grupo9 será imposible precisar, andados los años incluso, la cantidad exacta de personas que lo componían, y por lo tanto sus identidades. Tampoco podrá saberse el destino que tuvieron, aunque es imposible dudar que fueron asesinados ya que no hay testimonios posteriores de su paso por otros centros de detención.

Traslado
Ese día, el 25 de abril, la vigilancia fue reforzada, nuevamente se tabicó10 a todos los prisioneros. Una voz anunció: “Traslado”, y luego se leyó la nómina de quienes no formarían parte del grupo, quienes permanecerían aún en Banfield.
Mientras se despedían, Adriana Calvo le dio a Patricia Huchansky su vestido, porque ésta estaba con un camisón, y a Eloisa Castellini le entregó una hebilla para el pelo.
Finalmente, los que se iban fueron puestos en fila en sus respectivos pasillos, mujeres y hombres, y luego descendidos en fila india desde la segunda planta del Pozo.
En el momento mismo de enfrentarse cara a cara con la muerte, bajo las garras de sus captores, indefensa como el resto del grupo, Silvia verá proyectarse en su mente, como en una sucesión infinita de instantáneas, toda su vida.












1-Su cuerpo fue encontrado por el Equipo Argentino de Antropología Forense en el Cementerio de Avellaneda. Se estableció que había tenido a su bebé, lo que indica que cuando partió en el traslado masivo de presos desde Banfield fue alojada en otro lugar hasta el momento de dar a luz.
2-El dato del secuestro consta en el sitio Desaparecidos.org (www.desaparecidos.org) Coincide, además, con el testimonio de Teresa Fratassi de Bossi, del 18 de octubre de 2000, en el marco del Juicio por la Verdad que sigue la Cámara Federal platense.
Elena Alfaro, sobreviviente del Centro Clandestino de Detención “Vesubio” declaró haber visto tanto a Fratassi como a Martínez de González allí alojadas.
3-Testimonio de Adalberto Pérez Casal, en el Juicio por la Verdad. 20 de junio de 2001
4-Inés Ortega de Fossati había tenido a su bebé en el calabozo de la Comisaría 5º de La Plata, donde había estado recluida.
5-Soldados de Perón, Richard Gillespie, Editorial Grijalbo, 1998.
6-Informe de la OEA, año 1980, páginas 199 y 200.
7-The Guardian. 6 de mayo de 1977.
8-Entrevista personal con Adriana Calvo.
9-Nombres de los trasladados: Susana Oche, Patricia Huchansky, Inés Menescardi, Mary Garín, Ana Movili, Silvia Muñoz, María Adela Troncoso, Silvia Mabel Isabella Valenzi, Eloísa Castellini, Juan Carlos Arrasola, Miguel Iglesia, Mario Mercader, Juan Carlos Peralta, Alfredo Reboredo, Roberto Odorizio, Juan Carlos Bovadilla, Cristina Navajas de Santucho, Raquel D’Ambra, Manuela Santucho, entre otros.
10-Tabicar: colocar una venda que cubriera los ojos.

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